Matar al mensajero

Matar al mensajero

Hay en este agosto moribundo un bullir de desencuentros en el particularísimo universo de las redes sociales que desnuda carencias de perspectiva y cierta quiebra de prioridades como si a los mandos estuviera una suerte de Tomás de Quincey posmoderno, pero soso, apagado y sin ingenio. Se comienza alentando y justificando los ataques indiscriminados de una potencia oriental a la población civil y se termina crucificando a una dama por haber devuelto a su perro adoptado. Esta última, una atribulada influencer a la que no perdonan su marcha atrás con una pobre perrita maltratada. Pero veo más interesante lo de la carencia de perspectiva. Porque viene del poder y muestra que por arriba siguen en lo de siempre.

Me refiero a la detención en París de Pavel Durov, que con su hermano Nikolai fundó en 2013 la red social Telegram después de que fuera expulsado de la compañía que él mismo creó, VKontakte, por presiones del régimen de Putin. Francés desde 2021, este nativo ruso está ahora detenido en París bajo la acusación, fundada pero extraña, de no actuar contra la basura que circula por su red. Basura en muchos casos delictiva, puesto que el encriptamiento absoluto de Telegram permite diálogos de terroristas, pederastas, traficantes y todo tipo de bandas, mafias y clanes escondidos en conversaciones impenetrables. Cierto es que esa plataforma, o red, o como se le quiera llamar es una golosina para policías de todo el mundo cuando consiguen infiltrarse en los diálogos y hacerse pasar por delincuentes. Pero también que su rasgo fundamental de carácter, ese secreto que la define, es abono de comunicaciones peor que indeseables.

Lo extraño de este episodio es su nula efectividad. El sentido práctico de detener al creador de una red para acabar con lo que por ella se distribuye. Se me antoja que es como si se culpa al armero del crimen cometido con un producto de su venta o incluso al fabricante de automóviles por un accidente mortal fruto de la imprudencia. ¿Es responsable el creador del uso que se da a su criatura? ¿Hasta qué punto tiene que asumir la responsabilidad sobre lo que se hace con su herramienta? Da la impresión de que en este terreno no sólo existe un vacío legal sino también de entendimiento, una carencia de análisis preciso de la realidad, un responder por responder sin medida ni criterio. Que parezca que se hace algo desde la autoridad política. Aunque se arriesgue la libertad de expresión, aunque se oficie una liturgia de lo inútil por muy evidente que ésta sea. Quizá sería mejor que en lugar de ir a rebufo, los legisladores del mundo se arremangaran de una vez y empezaran a trabajar sobre esa realidad que evidencian desconocer, y se tomaran en serio regulaciones eficaces de redes, plataformas e inteligencias artificiales con las que nos toca ya lidiar y que gozamos o padecemos según el uso que se le quiera o deba dar. No seré yo quien sostenga aquí el régimen posdemocrático que imponen los algoritmos, pero negar que nos gobiernan ya y adoptar medidas tarde y mal en lugar de estudiar la situación y tratar de buscar caminos de entendimiento entre todos, demuestra una ceguera o un retraso realmente inquietantes. Detener al fundador de Telegram puede ser una medida altamente positiva como propaganda, pero realmente no soluciona nada, no lleva a nada y no es sino una versión contemporánea y cutre de aquella vieja política de tratar de silenciar el mensaje matando al mensajero.

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