Máximo aforo e incertidumbre en la tercera semana de la acampada por Gaza en Madrid

Máximo aforo e incertidumbre en la tercera semana de la acampada por Gaza en Madrid

La rueda de prensa estaba convocada a las 12.00 de este martes, pero ha comenzado 10 minutos después y no precisamente como una cita ordinaria con los periodistas. En la performance han participado una veintena de estudiantes con el rostro cubierto por kufiyas ―el pañuelo tradicional de Oriente Próximo―, que se han tumbado frente la mesa reservada a los portavoces. Querían simular su muerte, como si hubiesen perecido a causa de un bombardeo. Han entrado con una timidez que delataba su falta de experiencia en las artes escénicas pero, tras un par de instrucciones, la representación ha cobrado credibilidad. “Juntaos más, e incluso poneos unos encima de otros”, ordenaba la voz encargada de pulir la escenografía.

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Un campamento que no para de crecer

El asentamiento, que comenzó con algunas tiendas colocadas en la margen izquierda del Edificio de Estudiantes de la UCM, ha ido ocupando todo el antejardin hasta devorarlo por completo. La primera noche eran poco más de 50 carpas; hoy son al menos 255, según el conteo de este diario. Desde hace una semana que no hay espacio para una carpa más, así que los nuevos integrantes han tenido que levantar su tienda al otro lado de la avenida Complutense. Poco ha disuadido la temporada de exámenes, aunque muchos de ellos se juegan la beca. Eso sí, algunos estudiantes se han declarado cansados, al tener que compaginar los estudios con las labores de vigilancia, cocina o logística que demanda el campamento.

Los profesores se han ofrecido a echar una mano con las tareas. José Luis Ledesma, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM, se ha apuntado como voluntario para las rondas nocturnas de seguridad. Comenzó el lunes. Fue una noche larga, pero emotiva. “Una estudiante me vio con el brazalete y me dijo ‘gracias por cuidarnos”, ha narrado sonriente el docente de Historia de los Movimientos Sociales, que ha vivido las acampadas del 0,7 en otoño de 1994― la primera ocupación prolongada del espacio público en Madrid como una forma de protesta– y la del 15-M.

Sobre este tercer campamento, que ahora vive como profesor, ha expresado: “Están mostrando una madurez que no teníamos en el 94 y en el 15-M. Han aprendido de experiencias anteriores, replicando los aciertos y corriegiendo los errores. Es emocionante escucharlos en las asambleas”. 

El campamento es un ente en constante mutación. Si algunos se marchan, ojerosos y maltrechos; otros vienen enérgicos y bien lavados, con bolsas repletas de mantas y comida. Entre la salida y la puesta del sol, talleres de árabe, historia, oratoria y primeros auxilios se mezclan con las sesiones de estudio, la preparación de los alimentos y hasta conciertos ―como los de Rozalén y Marwán―. Labores a las que, ahora, se añade una de sumo cuidado: reestablecer la mesa de diálogo con los rectorados.