No a la intolerancia

No a la intolerancia

El asunto de la semana es la opa hostil del BBVA al Sabadell, porque ha conseguido algo dificilísimo, inédito: poner de acuerdo a todos los partidos, ahora que estamos a las puertas de las elecciones catalanas, con tanto voto indeciso por ahí. La opa le ha robado protagonismo a los temas recurrentes de los mítines, aunque se trate de una operación entre dos empresas privadas. Incluso el outsider Puigdemont, que todo lo traduce en sucias estrategias, argumenta que esto se ha pensado, cómo no, para liquidar la banca catalana. El Gobierno asegura que, en todo caso, le corresponde a él tener la última palabra sobre la pertinencia de esta operación. ¿Cuál sería el impacto, de producirse la OPA el año que viene, entre los trabajadores de estas entidades, entre sus clientes? He ahí la cuestión.

Entretanto, en las principales universidades occidentales las acampadas propalestinas cobran cada día más protagonismo. Estamos ante la generación que, en el futuro, recordará con nostalgia este presente crítico en el que salieron a defender sus ideales pacíficos, lo mismo que otros muchos lo hicieron antes pidiendo, por ejemplo, el fin de la guerra de Vietnam o aquí, sin ir más lejos, el fin de ETA. O fueron a Sol un 15M, sin saber que su indignación acabaría en un sinsentido.

Comprendo y comparto el mensaje de nuestros jóvenes contra el genocidio en Gaza, siempre y cuando no olviden el sufrimiento de la población israelí y pongan en su justo lugar a los terroristas de Hamás. Siempre y cuando luchen por las injusticias, por encima de su ideología.

Me enervan el odio y la politización de todo, hasta el extremo. Me rebelo, por ejemplo, contra la manía que tienen algunos de cambiar los nombres de calles, centros y plazas. Recuerdo cuando Kichi –el ex de Podemos– decidió sustituir el nombre del estadio del Cádiz y de su puente legendario. «Carranza» le parecía una palabra fascista, políticamente incorrecta. En cambio, para la población aquel era, sin duda, el menor de sus problemas. Todavía hoy, el Carranza sigue en boca de los gaditanos cuando se refieren al renombrado estadio «Mirandilla».

Ahora, por un motivo similar, por pura ideología, resulta que el Ayuntamiento madrileño de Alpedrete –PP y VOX– decide borrar de la plaza y del centro cultural el nombre de dos de sus habitantes ilustres, el icono del cine Paco Rabal y su mujer, la actriz Asunción Balaguer. ¿A qué estamos jugando? ¿En serio hay que ningunear al intérprete mayúsculo de La Colmena, Truhanes, Los Santos Inocentes, El disputado voto del señor Cayo…? ¿Qué necesidad había de hacer este daño sin ni siquiera haberlo consultado con el pueblo? Qué escasos andan algunos de tolerancia y sensatez, a izquierda y derecha. Cuánta falta nos hace.

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