Otra política es posible

Otra política es posible

El Reino Unido estará fuera de Europa, pero menuda lección nos acaba de dar a los europeos. Frente a la política patológica, el resultado británico nos devuelve a la política del sentido común; frente a los partidos tan inclinados a autoafirmarse a partir de su demonización del adversario, el triunfo de los laboristas consiguió su gran resultado volviendo a los orígenes, afirmando y divulgando su programa y reivindicando la labor sorda, pero eficaz, de volver al activismo a ras de suelo, bottom-up; frente a los egos superlativos de políticos como Johnson o Macron —o Biden, sí—, la compostura y el perfil bajo de un Starmer de quien se decía que le faltaba un hervor. Política modesta frente a la política del espectáculo y el spin. En ese sentido, Starmer es la antítesis de Blair. Se dirá que los conservadores se lo pusieron fácil con su ineficacia y su arrogancia de Oxbridge, pero seguro que denota también un cansancio ciudadano hacia la política de las celebrities y el marketing. La crisis de la democracia no viene tanto de la amenaza de la extrema derecha, cuanto de la pérdida de confianza de los ciudadanos en su clase política, en sus prestidigitaciones retóricas y promesas huecas. Es una crisis de representación, de ruptura de la ciudadanía con sus dirigentes y su maquinaria de seducción masiva, que ha devenido en pura rutina y, por tanto, en ineficaz.

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