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Las golondrinas en primavera vuelven siempre al mismo sitio, qué memoria, y lo primero que hace cada pareja es mirar si el nido que dejaron sigue en pie, para componer los desperfectos, o hacer uno nuevo si es necesario. Una vez acabado, se pasan todo el santo día volando sin parar, y saludándose continuamente unas a otras en la lengua franca que hablan las aves migratorias al cruzarse en el aire, o en alguna de las lenguas africanas que aprenden en el largo invierno que pasan en aquellas tierras. En lo del volar les dan cien vueltas sus primos los vencejos, que comen, duermen y se aparean en el aire, pero lo de las lenguas es su mayor orgullo porque son casi las únicas que las siguen practicando en la Península, sobre todo desde que las cigüeñas se han vuelto sedentarias y ya no viajan a África para buscar mejores climas, ni a París para traer a los niños recién nacidos.

El cuco, que pone los huevos en nido ajeno, el muy holgazán, solo aprendió dos letras en la escuela, pe-qu, que son las que repite cuando está contento. Más torpe todavía, la gallina solo aprendió una, la k, y encima se traba al pronunciarla, y los gallos una sola también, la qui, que ni siquiera está en el diccionario.

El cuervo, en cambio, aunque grazne de esa manera un poco desagradable, es en verdad un ave de las más listas; tanto, que incluso es capaz de pensar. Aunque el más sabio es el búho, que pasa el día encerrado en los huecos oscuros, estudiando sin descanso, y siempre los mismos temas, porque únicamente estudian las cosas importantes, que son muy pocas, y solo sale por la noche a despejar un poco la mente y acechar a los ratones.

El ruiseñor estudió con los ángeles músicos en el paraíso antes de bajar a enseñar melodías a la tierra. Pero es tan tímido y educado que se calla en cuanto cree que le están escuchando, y además solo canta cuando está enamorado, particularmente cuando la amada ruiseñora incuba los huevos: entonces se pasa toda la noche cantando sin parar, como un desesperado. Se cuenta al respecto que la primera rosa roja (al principio eran todas blancas) floreció el día en que un ruiseñor enamorado, que se había posado en un rosal para cantar, viendo que aquella a la que iban dirigidas sus notas no le correspondía, se restregó contra una espina hasta que brotó de su cuerpecillo una gota de sangre.

Los gorriones, que representan, podríamos decir, la clase obrera del reino de los pájaros, y que han sido desde tiempo inmemorial fieles compañeros del ser humano sin que este mostrase nunca por ellos demasiada estima ni consideración –no es vistoso su plumaje, ni muy armónico su canto–, están disminuyendo de forma alarmante porque no saben vivir sin nuestras migajas.

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