Róisín Murphy, cómo perder el libre albedrío

Róisín Murphy, cómo perder el libre albedrío

Ha sido una diva desde que tenía nueve años y se autoaplicaba los más radicales estilismos de peluquería y de moda, porque Róisín Murphy rara vez ha pactado nada con la realidad, siempre ha preferido hacer de su capa un sayo. La irlandesa se mudó a Manchester cuando era apenas una niña y la ciudad un hervidero. Se independizó con 15 años y fundó con 21 uno de los grupos de culto de la escena «trip hop», Moloko, navegando entre la escena de clubes y el post punk para convertirse en una de las caras de una vanguardia y un sonido que estaba por dominar el panorama musical mundial. Después Murphy desató un torrente creativo de múltiples reflejos de sí misma, con un pie en la electrónica, pero siempre resplandeciente: a veces discotequera, soul, experimental, para construir el lenguaje del pop del futuro pasado. La irlandesa, que fijó su residencia invernal en Ibiza hace cuatro años, ha publicado desde la isla pitiusa «Hit Parade», el disco que ahora presenta en el Primavera Sound de Barcelona (1 de junio) y el Festival Alma Occident de Madrid (4 de junio).

«No salgo nunca por la noche. No, no, en absoluto. Nos instalamos poco antes de la pandemia y por razones obvias no íbamos a las discotecas, pero después, tampoco. No me veo en los garitos de noche, porque ya he estado en todos, de todo tipo, créeme. Ahora solo me preocupa comer bien, estar sana, descansar… ese tipo de aburridas cosas normales que hace la gente», dice la irlandesa tirando de un plumazo por tierra toda la presentación de su extravagancia, un sello personal que sí se trasluce en lo musical. «Hit Parade» es una batidora de sonidos en parte gracias a DJ Koze, una de las figuras del minimal house, la personalidad bajo la que se esconde el alemán Stefan Kozalla, un productor perfeccionista, meticuloso y con alergia a las apariciones públicas. A priori, la mezcla podía parecer extraña. «Pues nos llevamos muy bien, la verdad, y nos entendimos. También hay que decir que apenas hemos estado en la misma habitación y que el proceso del disco ha sido largo y lento, como un hobby. Él me enviaba una pista, yo cantaba encima y él la transformaba completamente», ríe Murphy. Sin ninguna premisa, de forma esporádica, a lo largo de cinco años. «Fue interesante, porque no parecía el mundo real, ni siquiera parecía que estuviésemos haciendo un disco, sino un juego de ensoñaciones».

Interruptores en el cerebro

En el trabajo, la irlandesa proclama que los humanos, en contra de lo que proclamamos orgullosamente, carecemos de libre albedrío. «Es un tema que viene de largo en mi trabajo. Si miras atrás, me interesa la sumisión, el entregarse a un sentimiento y dejarse arrastrar. En todos los discos hay esa energía. No puedes controlar de quién te vas a enamorar, no puedes controlar cuánto va a durar. Y son aspectos que necesitas ser fuerte para aceptar, pero un tipo de fortaleza diferente a la de (pone voz grave) ‘‘voy a decidir mi propio destino’’. Hablamos de otro tipo de sensación, de surfear tu vida. Esta canción es filosófica, porque tengo otra, “Overpowered”, que va sobre cómo las hormonas o la biología del cerebro nos determinan, nos quitan el control. Hay un interruptor y no puedes hacer nada contra ello. Así que tienes un lado científico que lo afirma y también tienes un lado filosófico que te dice lo mismo. Los pensamientos, por ejemplo, son otro tipo de clic que no puedes controlar y que te hacen lo que eres, que construyen tu identidad», dice Murphy. Apaguen el interruptor del control, que empieza el baile.