Taylor Swift y lo confesional

Taylor Swift y lo confesional

La escena es la siguiente: voy a bordo de un autobús que traquetea por la Bizkaia profunda, con los cascos puestos, bolígrafo y cuaderno para tomar notas y la pantalla del móvil encendida para seguir a través de Genius Lyrics las referencias ocultas del último disco de Taylor Swift, una especie de libro de memorias sobre su separación de Joe Alwyn tras seis años de relación, sus problemitas con la fama y otros amantes que entran y salen del dibujo como secundarios con encanto. En algún momento, lo juro, se me escapa una lágrima, pero esa es otra historia. Apenas han pasado 12 horas desde el lanzamiento de The Tortured Poets Department, pero todas sus letras han sido ya volcadas y desmenuzadas por los filólogos biograficistas de internet, que nos informan a las neófitas sobre el beef o el novio que se oculta detrás de cada verso, aunque omiten, quizás porque a nadie le importa, ese guiño a Sylvia Plath en I Can Do It With a Broken Heart que tanta gracia me hace (it’s an art). Lo quiero intelectualizar, pero no hace falta; ya se intelectualiza él solo. La escritura de este poemario pop es menos ingenua que la de muchos experimentos confesionales que adornan las baldas de mi estantería. Cada dos por tres reflexiona sobre sí mismo, sobre el juego de confundir la vida y la obra y venderla así, en bloque, como el gran producto que somos cuando escribimos en el año 2024.

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