Última palabra

Última palabra

Desde que era niño me atrajo la gente que sabe contar las cosas bien. No hay que confundir esa virtud con las personas habladoras, con la gente que se abre, que es expansiva, comunicativa o carismática. Y mucho menos equivocar el arte de narrar con la simpatía o la solemnidad. La narración oral fue la primera de las disciplinas literarias del ser humano a partir de desarrollar un lenguaje mínimamente sofisticado. Uno se imagina a los grandes narradores en los tiempos anteriores a la escritura y comprende la gozosa admiración que les reservaban sus paisanos. No había entonces premios ni medallas ni diplomas ni reconocimientos oficiales, y un buen contador lo que obtenía era la atención de su público y quizá un plato de comida y un vaso de vino por todo salario. Hoy quizá la cosa se ha profesionalizado demasiado, así que tan solo en las sobremesas largas se puede llegar a degustar algo parecido a aquel placer antiguo. Como todo lo hemos convertido en negocio, hay gente que considera charlar una pérdida de tiempo. Muy al contrario, conversar es quizá la más desinteresada, absurdamente generosa y rentable de las actividades humanas.

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