Un cadáver en la nevera

Un cadáver en la nevera

Solo le queda un asiento en el consejo de ministros, el manejo de presupuesto y casi ninguna medalla que colgarse de su gestión en el actual gobierno porque los días de gloria se cotizan especialmente caros y esos se reservan para el presidente Sánchez. Yolanda Díaz, dimitida como cabeza visible de un proyecto político Sumar que a día de hoy más que partido es «partida», trató de aplicarle a su formación una especie de respiración asistida tras los sucesivos descalabros electorales y su sonada espantada en diferido y lo hizo anunciando una mesa entre los partidos englobados originariamente en la plataforma para «relanzar» el proyecto, pero Díaz -a quien salvada su pertenencia al gobierno que sujeta junto a Sánchez cada día se le está poniendo más cara de Inés Arrimadas o Rosa Díez- tuvo que meter en el inicio de este verano la citada mesa de partidos en la nevera, sine die y a la espera de alguna de esas piruetas del destino que a veces se cuelan en el tablero político.

El espacio de la todavía vicepresidenta ha pegado un frenazo en seco renunciando a un órgano de debate en el que se supone que las distintas «familias» encararían el futuro con una travesía del desierto juntos, bien pegados y en armoniosa compañía. Cuando ni siquiera se consiguen cuadrar agendas entre líderes cada día más irrelevantes en las urnas, el horizonte se muestra bastante inmisericorde y cuando la espantada llega de grupos como Compromís, la Chunta aragonesista o «Més» en otro tiempo claves, el resultado es un cadáver metido en la nevera y del que probablemente nadie se haga cargo cuando ya no quede nada en ese espacio prácticamente fagocitado por el PSOE. Díaz llegó incluso a ser situada por algún «cerebrito» de la demoscopia como futura inquilina de la Moncloa, pero un grosero cúmulo de errores, además de demostrar su verdadera talla política visible con microscopio, hicieron que se la estuviera esperando y no precisamente con las mejores intenciones desde no pocos callejones de Podemos, damnificados por el desprecio a la marca de origen y haciendo que el primer puntapié morado recayese sobre las posaderas del propio presidente que de un lado enhebraba acuerdos con Puigdemont, pero de otro contemplaba como surgía un grupo parlamentario podemita propio en el Congreso. Se tenían muchas ganas y tampoco el otoño va a resultarles indoloro.

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