Se habrá dado cuenta. A no ser que haya pasado los últimos años escondido en el desierto o perdido en la montaña. Hay una banda sonora universal que acecha siempre, a la vez y en todas partes. Y no es el reguetón: hablamos de las versiones de himnos del pop y del rock, interpretadas por voces melífluas y con tenue instrumentación seudojazz o con aires bossa nova. Una pandemia de música supuestamente elegante, altamente corrosiva y con inusual capacidad de propagación que no solo se ha adueñado de los cafés, los restaurantes y los afterworks. También de series, anuncios y programas de máxima audiencia, en parte gracias a fenómenos como Mi casa es la tuya, el cortijo televisivo de Bertín Osborne.