¿Y Europa?

¿Y Europa?

Hay en Europa una guerra y unas elecciones, lo cual se le antoja a María José una suerte de pintura al natural de un tiempo extraño y contradictorio. Reflexiona sobre su voto en la víspera de la votación y se encuentra con que apenas tiene chicha en la que hincar el diente del análisis. Sustancia europea, de eso que se supone se vota que es el Parlamento que gobierne coordinado y en conjunto eso que llamamos Unión, apenas se ha servido en esta extraña campaña electoral. A estas alturas, o sea a horas de votar, María José no sabe ya si lo de mañana es un auto de fe en la honradez de la esposa de Pedro Sánchez (inocente mientras no se demuestre lo contrario, de eso no tiene duda) una palanca para desalojarlos de La Moncloa (se supone que con Sánchez saldría ella también, y más ahora que se ha convertido en personalidad pública) o el pasaporte de la estabilidad hispano-catalana.

¿Qué va a hacer Europa con Rusia? ¿Se está preparando para el reequilibrio internacional que se barrunta en el futuro? ¿Está dispuesta a abordar unida el desafío de la Inteligencia Artificial? ¿Se piensa alguna acción futura alrededor de la emigración? ¿Qué pasa con la Agenda 2030 y el compromiso medioambiental? ¿Habrá explicaciones que tranquilicen al campo y permitan a la vez avanzar? ¿Se está tomando en serio el cambio climático? Se le ocurren a María José estas preguntas, así a vuelapluma, sin pensárselo mucho. Porque hay muchas más mirando al futuro, a la salud, a la tecnología, a la vida cotidiana… A todo eso en lo que Europa debería hablar y mandar. Pero no encuentra archivo alguno en el que los candidatos, al menos en España, hayan respondido ni siquiera a algo parecido.

En este tiempo de crisis, que es de encrucijada, con una guerra aquí al lado y una matanza cotidiana en el otro extremo de nuestro mar, nadie ha mirado más allá de sus narices o su lecho matrimonial. Y no parece que las cosas sean muy distintas en otros países europeos. Tiene María José la impresión de que las habas que cuecen en todas partes son las mismas, que los ombligos propios pesan más que los hombros colectivos, y que si hay que arrimar, es el ascua a la sardina respectiva mientras se incendia la choza de los demás.

Repasa los datos de participación en las elecciones europeas de los últimos 20 años, las de este siglo, y en España va de capa caída, con un 45 por ciento en 2004, un poquito menos cinco años después y un 43,8 en 2014. Interés decreciente. Europa no pesa en la ciudadanía porque los gestores de lo público no se ocupan de ella y quienes debiéramos impulsar la opinión pública nos perdemos en disputas locales y desafíos de corto recorrido. Si no hay agenda europea no hay Europa.

Y puede entonces pasar lo que se teme María José que pase. Es tal la desidia y tan severo el desinterés de quienes debieran levantar y defender Europa que esta puede terminar cayendo en manos de quienes sólo la quieren para enriquecer sus universos políticos, esos que evocan pasados de división, racismo y guerra. Que la extrema derecha reine en el continente.

La izquierda europea no habla de Europa, no innova ni mira al futuro y se queja del facherío rampante. Pero no se cuestiona su responsabilidad en ese ascenso de la extrema derecha. Y la tiene. Carece de alternativas a los problemas globales, ha abandonado el compromiso medioambiental, y juega, incapaz de dialogar con la atención y tolerancia necesarias, a la fragmentación y división como arma contra el ascenso ultra cuando es precisamente eso lo que más lo alimenta. Si levantas muros también se estanca el agua y se corta la circulación. Y los problemas se enquistan.

Y llegan los de la solución milagrosa y convencen. Y pueden vencer.

Acaso sea esta cuestión la única verdaderamente Europa que ha aparecido en la campaña. María José se aferra a eso para pensarse el voto. Pero duda, por supuesto. Lo hace entre un partido conservador sin rumbo claro y tendencia a buscar en el caladero extremista (con qué ligereza relaciona emigración y delincuencia), una extrema izquierda que carece de ideas y vocación internacional, y un partido de gobierno cuya única firmeza parece haber sido la quijotesca defensa por parte del líder de su propia Dulcinea.

Mira, se dice a sí mismo María José. Quizá ahí tengamos algo verdaderamente europeo, aunque sea literariamente hablando. Cervantes escribió el El Quijote, la primera gran novela europea, y en ella, el caballero de la triste figura es capaz de cualquier cosa con tal de defender la honra y el buen nombre de su Dulcinea. Pierde prestancia y estribos y hasta la emprende a puñadas con el mismísimo Sancho si es menester. Su aventura, hace ver, solo tiene sentido a través de ella.

Ahí sí. Es sólo literatura y nada menos que literatura. Pero nos retrata. Y puestos a buscar, no es mal sitio para encontrar Europa en el batiburrillo intraducible de la política española.