Pocas ciudades en Europa llevan con tanto aplomo la carga de la historia. Desde su rol como centro comercial y cultural en la Edad Media hasta su ascensión como referente artístico en el siglo XX, pasando por su papel en la creación del partido nacionalsocialista alemán o su condición de escenario de la tragedia acaecida en los Juegos Olímpicos de 1972, cualquier otro lugar hubiera sucumbido a la acumulación de efemérides a sus espaldas. Pero Múnich (‘por el Monje’, en alemán antiguo) ha encontrado el modo de reivindicar su antigua nobleza prusiana y combinarla con una escena gastronómica vibrante, una arquitectura despampanante y una continua invitación al callejeo y la contemplación.