Todos los hijos somos ingratos, pero —al mismo tiempo— todos los hijos nos hacemos la ilusión de que saber de esa ingratitud nos ayudará de alguna manera a compensarla. En un hermoso ensayo, Daniel Capó habla de la experiencia de la paternidad para a continuación desvelar el significado de la mirada de los padres y las madres a sus hijos: “Te conozco”, escribe, “y sé que ninguna de las faltas que cometas te define de forma irreversible”. Al leer esta frase de Capó solo pude acordarme del día en que, para sorpresa de mis padres, comuniqué que mi vocación laboral, lejos de llevarme al derecho mercantil, me llevaba más bien a ser librero. Estos días cumplen 75 años —mi madre— y 80 años —mi padre— y yo aún celebro que a mis 17 no me considerasen como un caso, en efecto, irreversible.