Será por el rojo que Nina, de vuelta al pueblo que la vio morir mientras creía que amaba y que era amada, nos recuerda tanto a la Marnie de Hitchcock. La turbación de aquella cuando veía flores rojas, el rojo que inundaba la pantalla como una cortina de rosas, rima con las manchas de sangre en la ropa interior de Nina, que le recuerdan que es el trauma del abuso el que anima su deseo de venganza.
Hitchcock se alía con el Nicholas Ray de “Johnny Guitar” y con el John M. Stahl de “Que el cielo la juzgue” para convertir a Nina en una especie de fantasma del cine clásico, una mujer ultrajada que vuelve del mundo de los muertos para cerrar la herida que la condenó al infierno. Andrea Jaurrieta se muestra especialmente inspirada cuando confía en la energía hipervoltaica de su actriz -qué hermosa presentación de personaje, qué fuerza la de López Arnaiz- y de sus ideas de montaje -el laberinto de callejuelas del pueblo, dos tiempos narrativos buscándose entre las esquinas-, aunque a veces, demasiadas, da la impresión de que no sabe muy bien qué hacer con su protagonista, una vez desvelado su secreto.
Lo mejor:
El trabajo de Patricia López Arnáiz y algunas felices, brillantes ideas de puesta de escena.
Lo peor:
Hay momentos en que la errancia de Nina parece algo caprichosa y poco productiva en términos dramáticos.
