Me permitiréis que empiece con unas anécdotas personales. A principios de los años 50, parte de mi familia llegó desde Cuenca a Barcelona (la paterna, que la materna siempre residió por estos lares). Una de mis tías abuelas, maestra represaliada a la que habían restituido el título, empezaba a trabajar en un pueblecito de la provincia de Barcelona. Pocos años después se apuntó a clases de catalán. Sí, a mediados de los sesenta, las libretas andaban por casa. A ella le pareció que esa era una de las mejores maneras para entender parte de la cultura que le era ajena y que, además, le ayudaría con los alumnos en la escuela. Unos alumnos que, dicho sea de paso, 50 años más tarde le hicieron un homenaje cuando cumplió 100 años. Algo bueno haría aquella conquense en aquella escuela.