Diaconado permanente, de laico a clérigo manteniendo la vida civil

Diaconado permanente, de laico a clérigo manteniendo la vida civil

La Diócesis de Ciudad Rodrigo (Salamanca) ya cuenta con su
primer diácono permanente. Una figura desconocida tanto dentro de la Iglesia
como en el resto de la sociedad que en Miróbriga tiene ahora nombre propio. A
mediados de este mes, Daniel Mielgo fue nombrado con este rol. Un hombre
dedicado a la informática, casado y con tres hijas, que a sus 43 años ha
decidido dar este paso de la mano de su familia y comprometerse con una nueva
labor, pasando de laico a clérigo pero manteniendo su vida civil.

Una obligación que abre a Mielgo a servir a su Diócesis y a
la comunidad que respalda, llevando a cabo tareas como las celebraciones de los
domingos, acompañar a los grupos de acción, en temas de formación, acercarse a
los que sufren y a quienes tienen “alguna herida con la Iglesia”. “Es más fácil
para los diáconos que vivimos más en la vida civil, que estamos en entornos de
empresas y de familias, porque la gente se acerca con mucha más facilidad”,
señala en una conversación con la Agencia Ical.

Tras recibir el sacramento, Mielgo reconoce que ha llegado
en el momento adecuado. Cuando era adolescente pasó unos años en el seminario
de Ciudad Rodrigo, lugar donde conoció esta figura sobre la que, incide, hay
“muy poca difusión”, pero puso la mirada en ser padre y formar una familia,
“una vocación a la que estaba también llamado”, continúa. “Es verdad que la
figura del diácono permanente cumplía las dos vocaciones”, señala, admitiendo
que “no estaba llamado a vivir en soledad y en celibato”. Tras ser padre y
estar casado, Mielgo se reafirma en su camino, en el que después de tener “una
gran familia” y un trabajo como informático que disfruta, ha dado el paso al
servicio de la Iglesia.

Para ello ha tenido que sentar las bases en una Diócesis
que, hasta este mes no contaba con esta figura. Un proceso que ha requerido del
beneplácito del obispo para instaurar esa posibilidad, que comenzó en 2019, y
que ha venido seguido de cuatro años de estudio en teología y oratoria de la
mano de un responsable de la formación, de un párroco tutor y de un director
espiritual que le ha acompañado en este proceso de discernimiento.

Compaginar vida civil y religiosa

En este camino para ser diácono permanente, Daniel Mielgo
explica que la familia toma un papel fundamental. En primer lugar, el obispo
les solicitó un compromiso mayor con la Diócesis, haciéndoles a su mujer y a él
delegados de familia, debido a que ser diácono significa ser servidor. “Es una
llamada que nosotros vemos de que todos tenemos que estar al servicio de los
demás”, incide, resaltado que sirven como “motores dentro de la Iglesia para
recordarnos a todos que el primero que hizo este servicio fue Jesús”.

En el caso de los diáconos permanentes casados, la mujer
tiene especial relevancia debido a que debe firmar un documento en el que
acepta la ordenación del marido. Además, Mielgo detalla que hay diferentes
exigencias, como tener más de 35 años, llevar más de diez casado y que lleve
una vida dentro del camino de fe del cristianismo. Para comprobarlo, desde la
Diócesis se han llevado a cabo informes de personas cercanas que “de forma
objetiva” hayan podido verificar que se cumplen esos requisitos, tanto por parte
de él como de su esposa y sus hijas.

Una vez ordenado, el diácono permanente comienza su trabajo
en la Diócesis, sin dejar de lado su vida civil. Mielgo destaca también la
importancia de señalar que esta figura no cobra un salario, salvo ciertos
gastos como puede ser el kilometraje, pero no están contratados por la
Diócesis. “Siempre se nos compara con qué podemos hacer con respecto a un cura
y qué no”, explica, aclarando que suponen “dos figuras diferentes”.

En este sentido, detalla tres dimensiones importantes para
la figura del diácono. La primera la caridad, el “estar pendiente de los que
más sufren”, de los pobres, alejados o quienes se sienten fuera de la sociedad
y de la comunidad. La segunda, la parte litúrgica, sirviendo de “ayuda al
obispo” en una eucaristía, simplifica. Pero el diácono también puede realizar
otra serie de tareas, como bautizar, presidir el matrimonio de una pareja, las
exequias, ceremonias religiosas que se celebran por los difuntos y es el
encargado de llevar la comunión y visitar a los enfermos, por lo que su figura
está muy presente en tanatorios y hospitales. Por último, los diáconos se
encargan de proclamar la palabra de Dios en las celebraciones, grupos de
catequesis o de parroquias. Así, destaca la importancia de hacer “lo que hacía
Jesús”. “Si escuchaba, acompañaba, acogía y estaba con los que más sufría,
tenemos que ser capaces de ser los primeros de dar ejemplo en ese servicio”,
matiza como resumen de su profesión.

Figura cuestionada

Después de pasar por un protocolo psicológico que le ha
validado como apto para ser diácono permanente y de dedicar gran parte de su
vida al catolicismo, Daniel Mielgo confiesa que “todavía hay una parte de la
Iglesia que no asume esta posibilidad”, consciente de que algunos obispos no
ven la necesidad del diaconado permanente en España. Aún así, admite que “hay
muchísimos presbíteros a los que les gusta que estemos con ellos trabajando”,
mientras que otros “no entienden el papel que podemos tener”, un rol que
“todavía no está muy definido”.

Además, considera que “hay gente dentro de la Iglesia
Católica que le cuesta entender que un casado pueda estar en la parte más
litúrgica porque llevamos muchos siglos de tradición donde solo los hombres
célibes estaban en el altar, y transformar eso cuesta”. Con todo, muestra su
alegría por el proceso en el que cree que se van a ir abriendo muchas puertas
como en la que se encuentran trabajando desde el Vaticano, estudiando la
posibilidad de que las mujeres puedan convertirse en diaconisas, o el sínodo,
en el que un matrimonio tenga un papel conjunto al servicio de la Iglesia.

“Creo que hay hombres que pueden plantear ser diáconos
cuando vean que yo también lo he hecho”, confiesa, con la esperanza de poder
ser un referente dentro de esta figura que convierte a laicos en clérigos, pero
que respeta su vida civil, sus familias, y con la que se ha estrenado de la
mano de Mielgo la Diócesis de Ciudad Rodrigo.