El arte de la brevedad

El arte de la brevedad

No sabía uno bien de qué escribir hoy y, espigando aquí y allá por los libros y libretas de los años de docencia, he encontrado, subrayados o anotados entre sus páginas, estos breves poemas (“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, escribió Baltasar Gracián) que se me ofrecieron a la vista como los frutos redondos y apetitosos del verano.

De Carolina Coronado, poeta extremeña del siglo XIX, esta estrofa que lleva por título En un álbum de una señora que quería que se dijese algo acerca de la desgracia de ser mujer y dice así: “¡Oh Dios! nacer mujer es triste cosa, / desventurada suerte nos rodea. / ¡Ay infeliz de la que nace hermosa! / Y ¡ay infeliz de la que nace fea!”.

De Antonio Machado, una cuarteta de tono filosófico, extraída de la serie Proverbios y cantares: “Bueno es saber que los vasos / nos sirven para beber; / lo malo es que no sabemos / para qué sirve la sed”. Y del mismo autor, este terceto de envoltorio galante: “Escribiré en tu abanico: / te quiero para olvidarte, / para quererte te olvido”.

De Juan Ramón Jiménez: “El dormir es como un puente / que va del hoy al mañana. / Por debajo, como un sueño, / pasa el agua”.

No resulta difícil encontrar desde hace algún tiempo, en los estantes o expositores que las librerías reservan a la poesía –bien pocos, y en un rincón, por lo general el más apartado–, diferentes y variadas colecciones de haikus, que constituyen como es sabido la forma más conocida de la poesía tradicional japonesa. Formado generalmente por tres versos de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente, el haiku se basa en el asombro y el arrobo que produce en el poeta la contemplación de la naturaleza.

Sirvan como muestra estos cinco ejemplos: “Lirios, pensad / que está de viaje / el que os mira” (Sögui); “Huye la serpiente. / En calma queda / la montaña de azucenas” (Shiki); “Si a la luna llena / le ponemos un mango: / ¡qué buen abanico!” (Sookan); “Un viejo estanque. / Se zambulle una rana: / ruido del agua” (Basho); “Este camino / nadie ya lo recorre, / salvo el crepúsculo” (Basho).

A los que podrían añadirse estos otros tres, de pluma maestra y argentina, la de Jorge Luis Borges: “¿Es un imperio / esa luz que se apaga / o una luciérnaga?”; “Algo me han dicho / la tarde y la montaña. / Ya lo he perdido”; “Lejos un trino. / El ruiseñor no sabe / que te consuela”. O este de la poeta valenciana Susana Benet: “Un niño trata / de devolver al árbol / la rama rota”.

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