¿Elegimos bien a los jueces?

¿Elegimos bien a los jueces?

Si usted va paseando por la calle y le llega desde una ventana el murmullo monótono e incesante de quien memoriza un texto, seguramente bordea una madrasa, o una escuela judía en clase de Torá, o la casa de un juez español escuchando el canto del opositor al que prepara. “Cantar” es recitar atropelladamente y sin fallo alguno el texto de las leyes; “opositar” es estar en torno a cinco años realizando tal labor para luego someterla competitivamente al examen de un tribunal; “preparar” es garantizar la disciplina de la candidata o candidato y ayudarla a superar los inevitables momentos de depresión que comportan la incertidumbre y el sinsentido último de su esfuerzo.

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