“Nuestra vida es sencilla: cada vez que Coca-Cola, Pepsi o Volkswagen abren una fábrica en Ciudad del Cabo, trasladamos a nuestras familias, construimos nuestras chabolas de plástico cerca de ese almacén o fábrica y pedimos que nos contraten”, señala Fikile Hlabiso, de 58 años. Este sudafricano vive, como otras 900.000 personas, en su mayoría negras y mestizas, en los barrios marginales de Ciudad del Cabo, capital costera de Sudáfrica. Para estos habitantes, es habitual migrar dentro de la urbe y levantar su precaria vivienda de zinc o plástico junto a una fábrica gigante porque saben que esa proximidad puede proporcionarles trabajos ocasionales.
La dolorosa elección de Fikile Hlabiso: pasar hambre o sucumbir a los estragos de la emergencia climática en Ciudad del Cabo
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