Los sábados de Lomana: Las cicatrices del alma por los que ya no están

Los sábados de Lomana: Las cicatrices del alma por los que ya no están

La felicidad que sentía en la infancia, adolescencia y algunos años más adelante, de plenitud como feliz mujer casada, creo que tiene por supuesto mucho que ver con la falta de ausencias.

Estos días, he reflexionado mucho sobre la alegría y la sensación de vivir libre de fantasmas que teníamos cuando las muertes de seres queridos, especialmente padres, amigos y personas que dejaron huella en nuestras vidas, nos sobrevolaban como una nube negra que va envolviéndonos. El gran drama que ha vivido Cari Lapique de perder en 20 días a su marido Carlos Goyanes y a su hija Caritina de una forma muy parecida en Marbella me ha sobrecogido y producido un enorme dolor. Conozco a Cari desde hace tiempo. Es una persona estupenda, aunque en un momento hace años tuvimos un desencuentro, en parte, por terceras personas, la considero una mujer de gran valía y resolución. Estos últimos años en su papel de «abuelona», como ella decía, le sentaba fenomenal y me producía una gran ternura. Caritina, la hija que se ha ido, no es de mi generación, pero la he conocido y siempre estaba sonriendo.

Era preciosa, muy simpática y alegre. Ella reconocía que tenía mucho carácter, que se había suavizado después de conocer los retiros de Emaús y darse de bruces con Dios. Esa sensación de sentirse siempre acompañada por él le había dado una enorme paz, y con esa misma paz se fue un medio día de agosto. No queríamos creerlo. Tengo a su madre clavada en mi corazón. No debe haber mayor dolor que enterrar a un hijo.

La reflexión sobre la muerte que les he comentado al principio de esta crónica de sábado, en mi caso, es real. Vivo rodeada de recuerdos que me acompañan: Guillermo, mis padres… A veces creo que ya son demasiadas personas que rondan en mi cabeza y se van formando cicatrices en el alma. Añoro la irresponsabilidad y la ausencia de problemas cuando era joven. Tienen que perdonarme esta tristeza que quizá también me ataca con el final del verano. Si les digo la verdad mañana, me voy a Madrid, y qué ganas tengo de empezar a trabajar, de la rutina y de los horarios. La contradicción de los seres humanos es así: todo lo que nos harta en un momento, lo añoramos en otros. El final del verano es el paso de la vida delante nuestro y solemos verlo impasibles. Como decía Machado: «todo pasa y todo llega, pero lo nuestro es pasar».

A quien no lo embargue a final de agosto un sentimiento profundo de discurrir por la vida, no nos merece. A mí me produce desasosiego. Septiembre es un precioso mes de transición antes del inquietante otoño. «Que se entere Madrid, que he venido a por ti». ¿Les suena esta canción?

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