Sánchez no es un demócrata

Sánchez no es un demócrata

Decíamos ayer que Pedro Sánchez prefiere una dictadura de izquierdas a una democracia de derechas. Sigue así el ejemplo de su asesor y colega Zapatero, servicial ayudante del dictador Maduro. Eso explica la trayectoria del actual presidente. Más que su ambición personal, que también, todo su empeño consiste en impedir que gobierne en España la derecha; en hacer imposible la alternancia que rige en todas las democracias parlamentarias. Está dispuesto a levantar los muros que haga falta para impedirlo. Es posible que llegue a pensar, en los momentos de exaltación personal, que presta así un gran servicio a la humanidad. Le basta con convencerse a sí mismo y convencer al amplio círculo «progresista» que le rodea de que está ejerciendo la misión histórica de impedir el avance de la extrema derecha, teniendo en cuenta que, para él, la ultraderecha y la derecha se confunden y actúan juntas si se les deja campo libre.

Cuesta afirmarlo con contundencia, tratándose del presidente del Gobierno de una Monarquía parlamentaria, pero, a juzgar por su comportamiento, Sánchez no es un demócrata. Ese es el verdadero problema. Como mucho es un demócrata a tiempo parcial. Se disfraza de demócrata cuando toma el Falcon y aterriza en Bruselas donde comparte planes y sonrisas con sus colegas europeos. Pero en cuanto vuelve a La Moncloa se despoja del disfraz. Es cuando empieza a dar órdenes a voz en grito y a echar pestes de jueces y periodistas. Lo veremos cuando vuelva de vacaciones. Lo de Bolaños y Puente contra el Tribunal Supremo es un adelanto. Sánchez ha demostrado cumplidamente que no cree en la división de poderes ni en los contrapesos del poder. La Constitución ha dejado de ser intocable para él. La adapta a su conveniencia, con la ayuda de Conde-Pumpido, como si fuera de plastilina. Las Cortes, el Poder Judicial, la Fiscalía, el Tribunal Constitucional, los medios de comunicación y, por supuesto, la Corona deben estar a su servicio. Y no tiene empacho en utilizar las instituciones del Estado contra un juez que investiga los negocios privados de su mujer.

Lo advirtió con agudeza Montesquieu: «El hombre, a medida que lo tiene más tiempo, es más ávido de poder, y, cuando tiene mucho, lo desea todo». Es la tentación totalitaria. El 29 de enero de 1981, Adolfo Suárez decía en el mensaje por TVE en que explicó la razón de su dimisión: «No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España». ¿Qué diría hoy, si levantara la cabeza, 43 años después?

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