Voces de ultratumba, delirios de grandeza y cuerpos enfermos: lo mejor y lo peor del Festival de Cannes

Voces de ultratumba, delirios de grandeza y cuerpos enfermos: lo mejor y lo peor del Festival de Cannes

Para ser una cita tan volcada en reflejar el cine del presente, en el Festival de Cannes se han escuchado voces que parecían de ultratumba. La edición que termina hoy ha estado dominada por un cine de autor crepuscular, en la delgada línea entre la libertad creativa y el capricho de director. Hemos visto proyectos tan audaces como estériles, propios de demiurgos que solo obedecen a sus obsesiones, como si nadie a su alrededor se hubiera atrevido a decirles que tal vez no hiciera falta hipotecar otra vez sus viñedos. Algunas de las películas que competían por la Palma de Oro desprendían una sensación de arbitrariedad y parecían dirigidas a golpe de decreto por directores endiosados, con el heroísmo del líder que lucha contra viento y marea, hasta que un día ya no recuerda por qué combatía exactamente. Tampoco nos sorprendió en exceso: pese a todos los cambios en curso, Cannes ha vuelto a demostrar que la política de los autores sigue, de momento, intacta.

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