Y ahora, las europeas

Y ahora, las europeas

Superada la etapa volante de las elecciones catalanas, se nos aparece en el horizonte la silueta de las europeas, que no son menos trascendentales para la legislatura nacional, aunque suelan generar un entusiasmo perfectamente descriptible. La trascendencia deriva de su efecto más visible, que no es el de enviar a Bruselas a los eurodiputados que representarán a España, sino el de ser una fotografía de la situación política del momento, un examen parcial. Y, aunque los gobiernos no tiendan a caer por un mal resultado en las elecciones europeas, los números que ofrezcan las urnas del 9 de junio no serán gratuitos.

Los cinco días de ensimismado asueto reflexivo que Pedro Sánchez decidió tomarse a finales de abril tenían como objetivo –más allá de los asuntos personales que el presidente quisiera solventar– la consolidación de la fidelidad del votante socialista. Pero, más importante aún: Sánchez pretendía magnetizar a los votantes de extrema izquierda y, como un imán, atraerlos hacia el PSOE mediante un voto por conmiseración, generando en ellos el pavor ante un inminente golpe de estado psicológico –al provocar una insuperable depresión del presidente del Gobierno–, que daría el poder a la derecha y a la ultraderecha, a lomos de los bulos propalados por la fachosfera mediática, y tal y tal.

De conseguirlo, Sánchez ampliaría su base electoral, reduciendo la de Sumar, en un efecto de vasos comunicantes. Tal cosa dejaría a Sánchez como dueño de casi todo el espacio político que ahora trata de pastorear, con éxito muy mejorable, Yolanda Díaz. Pero, además, podría permitir que el PSOE evitara una derrota demasiado visible ante el PP el 9 de junio.

El pasado 23 de julio, Sánchez perdió las elecciones ante Feijóo por 16 escaños de diferencia, pero organizó una fiesta en Ferraz para celebrar la «victoria», porque daba por hecho que pactaría con Puigdemont y seguiría en Moncloa. La noche del 9 de junio, solo el partido que gane tendrá algo que celebrar, porque después de unas elecciones europeas no hay pactos que permitan gobernar a quien perdió. Y dar imagen de haber sido derrotado es lo último que puede consentir el presidente.

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