Desde la perplejidad

Desde la perplejidad

En estos momentos de política posverdad hay dos reacciones habituales ante las proclamas políticas: que nadie se crea nada o que tendamos a creer exclusivamente las de nuestra tribu o facción. Es decir, nos movemos entre el escepticismo radical y la entrega total a los enmarques y visiones que nos ofrecen los nuestros. Ni una ni otra actitud parece adecuada para sostener una cultura cívica madura, pero es a donde hemos llegado. Huérfanos de deliberación pública y de respeto por los adversarios, todo se reduce al final a un esfuerzo por racionalizar la posición propia y demonizar la del contrincante. Se echa en falta un escepticismo a lo Montaigne, la voluntad de acceder a una opinión autónoma, aunque sigamos manteniendo las dudas, ese “a mí me parece” al que aludía el escritor francés. Así me encuentro yo en el caso de la tan traída y llevada carta del presidente Sánchez. Lo que sigue no son, pues, más que algunos impromptus.

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