Las mujeres esperan sentadas en el elegante salón-comedor mientras los hombres hacen cola junto a la barra. El encargado apunta sus datos en una hoja, coge el dinero en efectivo y les asigna mesa: “La tuya es la cinco. Siguiente, Andrés. Bienvenido”. Una azafata les entrega una cartulina de color gris y un rotulador negro. “Las instrucciones”, repite. Las leen despacio, para tener todo claro antes de que empiece. “¿A dónde me habéis traído?”, pregunta a sus amigas una de las últimas chicas en llegar. Ellas vienen en grupo y ellos, salvo excepciones, solos. Son 40 ―21 hombres y 19 mujeres― y no se conocen. Todavía. Son las 21.45, viernes, y durante la próxima hora todos intentarán encontrar el amor o, al menos, alguien con quien conectar en persona. Solo hay una regla: cada siete minutos sonará una campanita y tendrán que cambiar de pareja.