Al primero que se le ocurrió pedir un huevo envuelto en jamón y queso, primero rebozado y luego frito, seguro que se le dijo: “¡Y un jamón con chorreras!”. Esta frase se solía usar como respuesta negativa a peticiones exageradas, ya que los jamones que tenían chorreras –grasa chorreando de la pata– solían ser de mucha calidad e inalcanzables para el público medio. Sin embargo, en la historia que nos atañe, en vez de dejar la sugerencia como una invención sin sentido, ésta se atendió.