Enfrente del Congreso de los Diputados, entre el gris de la piedra y el gris del cielo, brillaba el rojo de las boinas. Los carlistas, un puñao, cuatro gatos, se manifestaban ante la mirada alucinada de al menos uno de los leones del Congreso, con la metálica boca abierta. Y la de mi hija de dos años.