La farsa del populista

La farsa del populista

El chantaje emocional es un instrumento habitual de los populistas. Patrimonializan las instituciones y usan el victimismo para conseguir adhesiones emocionales imposibles de lograr en un escenario racional. En lugar de un plan realista y detallado para la gobernanza, lloriquean y señalan al culpable de su quebranto. Es una farsa. Es justo lo que está haciendo Pedro Sánchez.

Se trata de la típica maniobra del populista frente a dos convocatorias electorales decisivas, como son las catalanas y las europeas. Sánchez las aborda a su estilo, como plebiscitos sobre su persona, con la falacia del «yo o el caos». Para teatralizar esa dicotomía ha usado a su señora, lo que refuerza la narrativa emocional. Es el hombre «profundamente enamorado» de su mujer –una persona que tiene la edad y el género de la votante media que se disputa con el PP–, capaz de abandonar su trabajo por ella. Logra así la empatía de ese electorado, que ve la carta autógrafa de Sánchez como un episodio de telenovela turca.

Recogidas las lágrimas en el zurrón del voto, Sánchez, el populista, volverá a la arena política. Sabe que tiene ganada una moción de confianza, útil para atacar a la derecha y, por supuesto, enaltecer al Gran Timonel del Progreso. Para esto es necesario pastorear la opinión a través de la prensa amiga. Esto es algo sencillo, porque el denunciante es «Manos Limpias», un grupo «ultraderechista». Definido ya el malvado mensajero, la obra de teatro prosigue glosando la carta sentimental de un marido dolido. Es por eso que sale María Jesús Montero, sacando la cabeza entre micrófonos, para asegurar que la misiva es de puño y letra del esposo afligido.

El mensaje es que somos tan malos no nos merecemos a Sánchez. Que estamos a punto de perder a un gran hombre por culpa de la derecha y de la ultraderecha. Y que este caso debe servir de lección para marginar a la prensa libre que hace su trabajo y quitar de en medio a los jueces que osan iniciar diligencias contra el círculo íntimo de Sánchez. ¿Qué es lo próximo? ¿Investigar a su hermanísimo por delito fiscal?

Un populista como Sánchez quiere transmitir que cuando la ley se aplica a la oposición es justicia y democracia, pero si es a los suyos, es una ignominiosa persecución. Lo mismo ocurre si se alude a la familia. Montero puede despotricar contra la esposa de Feijóo o el novio de Ayuso, al tiempo que exige no meter en el debate público a personas cercanas a los dirigentes políticos.

Sánchez lo ha hecho de cine. Es una farsa que colará porque el marco mental ya está creado para acoger estas trolas. La izquierda que vota al PSOE creerá con facilidad que existe una persecución ultra contra su líder para impedir el Gobierno progresista. No importa lo que se alegue en contra. A veces es como un grupo de terraplanistas, cerrado a las evidencias que sitúan a Begoña Gómez en la escena del crimen económico. Para el populista todo es una mentira propia de una conspiración reaccionaria. Por eso Patxi López ha publicado un estrambótico post diciendo: «No pasarán». A partir de ahí, los dirigentes sanchistas sobreactúan mientras les soplan el guion, que es transmitir la imagen victimizada de Sánchez, un hombre progresista enamorado. La idea la expresó bien uno de sus bufones oficiales al decir: «De Pedro Sánchez no se opina; a Pedro Sánchez se le admira».

Estamos ante una farsa populista ante la que no importan las víctimas, sino el resultado. Da igual que la prensa internacional vincule ahora al presidente del gobierno de España con la posible corrupción de su mujer. Se lee en las portadas de la prensa mundial, alarmadas por la inestabilidad. Tampoco importa la infantilización del electorado ni la desautorización del poder judicial, porque al primero se le maneja y al segundo se le desprecia. La farsa, no lo olvidemos, acompaña a la mentira y al embaucamiento, que son habilidades sanchistas.

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