La manufactura de la crispación

La manufactura de la crispación

No sé cuántas veces habré citado esas palabras infames, pero lo cierto es que se me han convertido con los años en una de las posibles metáforas de nuestro tiempo: no sólo en mi país, sino en cualquiera de nuestras democracias cada vez más descoyuntadas. En 2016, los colombianos fuimos a las urnas para aprobar o rechazar los acuerdos de paz que habían firmado, tras cuatro años de negociaciones tensas, el gobierno y la guerrilla de las FARC. El referendo estuvo marcado desde el comienzo por las mentiras inverosímiles de la oposición que rechazaba los acuerdos; cuando esa oposición resultó victoriosa, es decir, cuando los acuerdos de paz fueron derrotados en referendo, el gerente de esa campaña tuvo un raro acceso de honestidad involuntaria durante una entrevista espontánea. Confesó que la estrategia había consistido en dejar de explicar los acuerdos y más bien apelar a la indignación. “Estábamos buscando”, dijo con franqueza impagable, “que la gente saliera a votar verraca”. Por si usted no tiene a mano su diccionario de colombianismos: enfadada, enfurecida, cabreada. Es decir, como a veces parece que está todo el mundo todo el tiempo.

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