La noche que llegué al bar de Pablo Iglesias: una tasca a medio montar

La noche que llegué al bar de Pablo Iglesias: una tasca a medio montar

La primera
noche que entré a la Taberna Garibaldi puede que fuese una noche de viernes…
Aunque, por desgracia, ni era de noche —bendito cambio de hora—, ni era la
primera vez que iba allí.

Ya estuve el día de la inauguración, que pasó
bastante desapercibida por ser entre semana y porque no tenían casi comida que
ofrecer. Me tomé una cerveza, observé un poco el panorama y, como no me
pusieron tapa, me las piré pronto de allí.

Localización y Aires de grandeza

El local se
encuentra en Calle Ave María, en el céntrico barrio madrileño de Lavapiés. A su
alrededor crecen comercios de productos veganos, tatuajes tradicionales,
bazares paquistaníes, tiendas de productos africanos, etc., que se entremezclan
con los pocos bares tradicionales que sobreviven y otro más “chic” y modernos.

Todos con
el mismo “aire alternativo” de piscifactoría que el de Taberna Garibaldi, que ha querido
distinguirse del resto con una apariencia pseudo “kitch” y reivindicativa. Sigue
siendo un local más situado en una “zona cool” donde los jóvenes (y no tan
jóvenes) juegan a ser modernos y antisistema desde las apariencias.

Por mucha
descripción que intentase dar del lugar, jamás podría encontrar unas palabras
tan acertadas como las que utilizó Henry Miller hace más de medio siglo: «Los
nombres de los tugurios eran prometedores, pero eso era todo lo que podía
decirse en su favor. Se trataba de una bohemia sin bohemios. El ambiente
canalla, el vicio, la alegría, el sufrimiento… todo era ficticio».

Hasta
Chen, el dueño del Bar Oliva (también conocido como “el bar del chino facha”)
es mucho más “auténtico”. Sí, es cierto que tiene por todas partes la cara de
Franco y de Primo de Rivera, pero también una foto de su madre, y al menos él
sí que sirve una tapa para acompañar el tercio de cerveza: jamón y patatas
fritas de bolsa. Y en Usera, y a mejor precio. Mucho más proletario, sin
pretenderlo, que todo este proyecto de “bar de rojos” que se ha montado el
exvicepresidente Iglesias.

Público y Concurrencia

Eso sí,
aquello estaba a reventar. Ante mí de desplegó todo el abanico de afinidad
progresista: rapados con cresta, modernos de pelo largo y pendientes de
rastrillo (como yo), pijos bienpensantes con jersey de cuello alto, jovencitos
“otakus”, personas “queer”, y otro largo etcétera de las tribus que han ido
adscribiéndose arquetípicamente a la izquierda en las últimas décadas.

Aun así,
lo que más abundaba era la tercera edad: señores de izquierdas de toda la vida
con barriga y camisetas chulas que reivindicaban lo que tocase; ancianas con una
cabellera sin lustro y canosa, como un “nanas” (el estropajo de los carrozas),
que intentan salvar con algún tinte color fantasía. La vieja guardia comunista que, después de la Transición, se contentó con cobrar la pensión y la legalización (de dar de comer a los patos).

No
faltaban tampoco los curiosos que se acercaban por allí para ver “el nuevo bar
de coletas”. Entre ellos yo, que conseguí convencer a mi novia para que me acompañase en la incursión. Es ucraniana y de origen judío, así que entrar en
un garito lleno de prosoviéticos no era precisamente lo que más le apeteciera,
pero como le dije que pagaba yo y no es tonta, se dejó invitar fácilmente.

Decoración y Espacio

Por
suerte, el que estuviese tan lleno disimulaba bastante bien el aspecto
desangelado que tiene el local por dentro. Cuando está vacío, parece desnudo
como el chasis de un coche, decorado por una bandera de Palestina y un par de
carteles ñoños de estética “soviet-pop” de Rafaela Carrá o Pepa Flores.

Mucho mal
gusto y horterada, chabacanismo militante. No pasa ser un intento de bar de
viejos con un toque europeo, una imitación de taberna de capital de provincia
con ínfulas de modernez.

Cuenta con
dos espacios, uno a la entrada con mesitas estrechas para tomar algo y otro al
fondo, un salón para que la gente se siente a comer.

Un
inconveniente muy grande de la Taberna Garibaldi es la falta de ventilación. Dentro,
huele a borracho de tintorro y subversión (de la ducha). Sabemos que la colonia
es de fachas, pero a ver si Iglesias se anima y “deconstruye” el concepto de
desodorante, que falta hace.

El calor
que hacía dentro era insoportable, de hecho, varias personas se marcharon
alegando el sofoco que tenían. Por lo menos, la zona del comedor (a la que, por
cierto, no llega la cobertura) cuenta con un aire acondicionado, que sopla a
medio fuelle, pero algo alivia.

Además, al
fondo hay un minúsculo espacio como encajado en la pared que en breves
empezarán a utilizar como escenario para organizar micros abiertos de poesía y
música, y para proyectar películas y documentales.

La barra,
aunque es minúscula, está muy bien llevada. A su favor he de decir que, a pesar
de estar hasta arriba de trabajo, los empleados fueron sumamente amables y
profesionales con todo el mundo. Si continúan así, tendrán que contratar a
alguien más para que les ayude a llevarlo.

Aguantan
con infinita paciencia a los pesados que se arremolinan a su alrededor para preguntar
insistentemente “cuándo viene Pablo”. Pasan los años y el tío sigue teniendo tirón,
pero va cambiando hacia un público “más maduro”, como Sergio Dalma.

Un borrachín
se pasó hasta casi detrás de la barra para dejar unas cuantas monedas de vayan
ustedes a saber qué república bananera, y procedió a soltar una de sus proclamas
de socialista con tres cervezas de más: “¡Oye, este dinero, para la causa del
Ché!”. Y marchó tan pancho.

La carta

Esta vez
quise acudir un día de bullicio, un viernes noche de Lavapiés, y entré habiéndome saltado la comida para probar todo el menú. Me sentía mal porque fui un poco injusto con ellos en
la anterior ocasión, ya que les habían fallado muchos de los proveedores.

Para mi no
tan grata sorpresa, seguían sin haber puesto solución a la falta de
abastecimiento. Mucho gusto por el control de los medios de producción, pero
poca organización efectiva con la distribución.

Las cartas
con el menú simulan carteles de propaganda bélica comunista, muy coquetas, pero
de muy mal gusto, en mi opinión. Además, están sin plastificar e impresas por una sola cara, aunque tampoco tienen una oferta gastronómica tan extensa como
para rellenar ambas.

Como no
había cartas en todas las mesas, tocábamos a una por cada quince personas.
Cosas de la economía planificada, quizá para el siguiente quinquenio haya más
suerte… Será culpa del bloqueo yanqui.

Todos los
cócteles juegan con los nombres de figuras históricas de la izquierda, pero no
pudimos probar ninguno porque, según me dijeron, había tanta gente que no
tenían tiempo de prepararlos. Tuve que dejar para otra ocasión el ya famoso “Durruti
Dry Martini” por el que, ya un día antes de abrir,
un grupo de anarquistas ofendidos vandalizó con pintadas la pared externa del negocio.

Tienen
cervezas de Málaga, de Barcelona, de Donosti… pero ninguna de Madrid, porque
Madrid también es una cosa muy de fachas, muy fachas y mucho fachas. Y ellos un
templo del progresismo y la resistencia, y casi un hogar del jubilado.

Variedad,
pero pocas existencias, porque tampoco pudimos probar muchas, se habían agotado
la mayoría. Lo mismo nos ocurrió con la comida, que no pudimos degustar ni la
mitad de los platos. Tanto marear con la política de gestos, que al final casi
nos dan de comer en lenguaje de signos.

Ofrecen
comida italiana, aunque casi todo es pasta y pesto. Aparte, hacen un vitelo que,
aunque a mí no me gustó porque no suelo comer pescado, estaba muy bien cocinado.
Las personas que llevan los fogones son encantadoras. Es una pena que no hubiesen
solucionado los problemas con los proveedores, porque habríamos querido probar
más preparaciones.

La “tosta
Garibaldi”, aunque rica, no dejaba de ser un pan con pesto, tomate y queso. Buena,
pero creo que un poco cara por 8 eurazos. Tampoco me pareció disparatado para estar
en el centro de la capital, pero con estos precios que no se hagan llamar “taberna”,
que me parece tirarse mucho el pisto.

Un detalle
que nos llamó la atención es que el nombre de los tacos variaba entre la carta
física y la online. “Tacos al pastor” o “tacos la venganza de Moctezuma”. Como éstos
de Podemos andan ahora con la cantinela de la opresión racial y de las Américas,
no me extrañaría nada que lo hubiesen cambiado en el último momento por miedo
de ofender a algún azteca.

Despedida y Hora de cierre

Quisimos quedarnos
hasta última hora para ver si era verdad aquello de que cerraban el local poniendo
la canción de “Bella Ciao”. Efectivamente, acercándose medianoche se pudo
escuchar —malamente, el equipo de audio funcionaba fatal— la manida canción de los
partisanos italianos: la profecía de ordinariez era cierta.

En definitiva,
no es un mal lugar para ir a tomar algo, puede entrar uno a curiosear por si ve algún
famoso de medio pelo del ámbito podemita o para disfrutar del dulce aroma a Grupo
Mixto y descomposición. Hace poco se vieron obligados a clausurar el establecimiento
durante unos días por avería en una tubería del baño (por mucho ir a
refrescarse algunos, tal vez).

Esto pasa
por empezar el negocio a las bravas. La hostelería no es política, no vale el
aquí te pillo aquí te mato ni el cortoplacismo. Que se pensaba Pablo Iglesias que
se podía montar todo deprisa y corriendo y no, para el comercio privado hay que planificar también un poco las cosas.

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