La simpática historia del espejo ‘art decó’ capaz de unir a Greta Garbo con Inés Hernand

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El vestido que llevó en una secretísima cena en la Casa Blanca, después de darle muchas largas a Jackie Kennedy; la cama, con grabados escandinavos que ella misma diseñó, en la que dormía a orillas del East River, o un muñeco de nieve hinchable que por alguna extraña razón decoraba el salón de su apartamento neoyorquino… En diciembre de 2012, los herederos de Greta Garbo sacaron a subasta más de 800 objetos y recuerdos de la última femme fatal del cine. Contradiciendo a la lengua viperina de Truman Capote, que aseguraba que los intereses artísticos de la estrella sueca “no pasaban de colgar un cuadro de Picasso del revés”, desde que cortó con Hollywood en los años cuarenta —y un poco con el mundo en general—, Garbo se convirtió en una auténtica coleccionista de arte. Poseía desde pinturas impresionistas a muebles de diferentes épocas que, al margen de su valor inicial, adquirieron un significado propio gracias a ella. ¿Pero no ocurre eso mismo con los objetos que tenemos en nuestras casas?

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