La taberna

La taberna

La idea de Pablo Iglesias de hacerse tabernero me lleva a mi casa de Sarnago, ahora en ruinas. En la planta baja estaba la taberna, que formó parte del paisaje de mi infancia. Había que cruzar la entrada, con el horno de pan a la espalda y el corral enfrente, empujar la puerta del portal, siempre abierta, y entrar en una pequeña sala a la derecha con tres o cuatro mesas bajas y unos taburetes. El pobre mobiliario se completaba con una mesa grande de nogal junto a la ventana que daba al corral, sobre la que había una antigua balanza con platillos dorados y pesas negras de hierro, que servía para pesar el racionamiento. Al fondo destacaba una chimenea ennegrecida, con llares colgando, que nunca vi con fuego, pero que servía para llamar a la taberna la «cocina de abajo».

En un rincón, sobre una plataforma, reposaban los pellejos de vino y, a su lado, un jarro y algunos garrafones. El agridulce olor del vino se mezclaba con el de los arenques secos y el humo del tabaco de petaca. Los hombres echaban allí la tarde del domingo y fiestas de guardar. Nadie prohibió la entrada a las mujeres, pero todo el mundo daba por sentado que la taberna era cosa de hombres, lo mismo que el trasnocho, en las noches invernales, era cosa de mujeres. Este espacio libre, de esparcimiento masculino, era prácticamente el único reducto de diversión y camaradería del que disponían aquellos campesinos. Jugaban en parejas al guiñote o al mus. Los que perdían la interminable partida pagaban el jarro de vino, que se servía en «chatos», pequeños vasos de culo gordo, o en el porrón, que no paraba de circular. La merienda se compartía. El tío Co era el tabernero, pero se agarraba a las cartas y era a la vez jugador.

La taberna como aquí se describe ya no existe. Los modernos bares y cafeterías son otra cosa. En ellos no huele a vino y hay siempre un televisor encendido. En los pueblos, el bar o la taberna cumplen una función social y son tan imprescindibles como la escuela. La taberna tiene origen latino. Se llama «taberna vinaria» porque en ella se sirve vino. Pero también comida, como en la «Garibaldi» de Pablo Iglesias. Se ha encontrado en el dintel de una taberna romana el siguiente letrero: «Habemus pullum, piscem, pernam et panem» («Tenemos pollo, pescado, carne y pan»). Desde entonces, desde los tiempos de Nerón, el lenguaje tabernario no ha tenido buena fama. Ahora encuentra refugio sobre todo en el Congreso de los Diputados.

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