Las tres víctimas del sillón maldito en el que se sentó el diablo

Las tres víctimas del sillón maldito en el que se sentó el diablo

España está llena de historias de nigromantes, brujas, hechiceros, adivinos del futuro o aspirantes a científicos y médicos que ponen los pelos de punta al más valiente de los mortales.

También hay pueblos que tienen su aquél y su hueco en este mundo mágico por haber sido foco de brujerías o de asuntos relacionados con estas prácticas que trajeron de cabeza a la Iglesia Católica durante la Edad Media sobre todo, como es el caso de la pequeña aldea burgalesa de Cernégula, conocida por La Pila, punto de encuentro de distintos aquelarres procedentes de Cantabria, Navarra y Castilla durante los siglos XV y XVI. Se dice que a orillas de estas aguas, las brujas se reunían para intercambiar pócimas y hechizos y aumentar su poder.

Aunque no es el caso que ocupa en esta líneas, que más tiene que ver con el diablo y la nigromancia. Una historia, considerada como uno de los acontecimientos más relevantes en la historia de la Medicina en España, que tiene como protagonistas a la ciudad de Valladolid, un estudiante de origen portugués y, sobre todo, a un sillón maldito que aun se conserva en el Palacio Fabio Nelli de la capital del Pisuerga, sede del Museo Provincial de Valladolid, para quien quiera verlo de cerca, sentir la fuerza que transmite y, sobre todo, el miedo que desprende su sola visión, quizás por la leyenda negra que se esconde detrás y que no invita precisamente a sentarse en este peculiar tresillo.

Una silla, a simple vista normal y como cualquier otra, de brazos desmontable y elaborada con madera de nogal, que tiene el respaldo y el asentamiento de cuero decorados con motivos florales, dibujados mediante pespuntes, y geométricos, repujados.

La historia se sitúa en el siglo XVI en Valladolid, y más en concreto en el año 1550 cuando la Universidad de la capital del Pisuerga y el Esgueva acogía con los brazos abiertos al prestigioso médico Alfonso Rodríguez de Guevara, que se iba a encargar de dar un curso sobre las últimas novedades y avances médicos en la época.

Un curso que había levantado una gran expectación y, de hecho, fueron muchos los estudiantes y aspirantes a médicos los que participaron, la mayoría procedentes de otros puntos de España y del extranjero también. Entre ellos, figuraba un estudiante de origen portugués de nombre Andrés de Proaza, apasionado por aprender todo lo referente al cuerpo humano y su anatomía y del que se tenían grandes referencias, por cuanto, según parece, se decía que tenía unos grandes conocimientos pese a su juventud y que poseía unas dotes superiores incluso a las de su maestro.

El caso es que este personaje, a la postre macabro, vivía en una casa de la calle Esgueva, por donde pasaba este río, en la que había un sótano, que actualmente es un bar musical de la ciudad, donde se oían llantos, gemidos y fuertes suspiros por las noches. E incluso se decía que las aguas del Esgueva bajaban tintadas o más bien de color rojizo.

Ante estas advertencias vecinales, la policía de la época de la ciudad no tuvo más remedio que tomar cartas en el asunto e investigar qué es lo que ocurría allí y por qué había tanta exaltación en la zona ya que, además, estos hechos coincidían en el tiempo con la desaparición de un niño de apenas nueve años.

Las autoridades, en sus investigaciones, se toparon con este sótano en el que encontraron quizás la escena más terrorífica y macabra vista nunca en la ciudad, con una especie de camilla de operaciones por las que estaban diseminados distintos órganos vitales del menor, cuyo cuerpo fue utilizado por el nigromante portugués para sus estudios anatómicos. Pero no solo, porque también había restos de algún adulto.

Como no podía ser de otra manera, el Tribunal del Santo Oficio asumió el juicio y fue testigo de sesiones y declaraciones espeluznantes e incluso delirantes, por cuanto el estudiante portugués llegó a decir que tenía un pacto con el mismísimo diablo, con el que se comunicaba directamente a través de un sillón.

Un tresillo que le habían regalado, según dijo en el juicio, donde reveló también que quien sentara en él recibía una especie de poder natural para la curación de enfermedades, e incluso que cuando se sentaba en él contactaba con el demonio, quien le desvelaba los secretos de la nigromancia y avanzados secretos médicos, además de susurrarle terribles ideas. Tal es así que contó que tras estos contactos le entraban inmediatamente ganas de diseccionar a personas.

Condenado a la horca

El joven estudiante fue condenado a morir en la horca, pero antes de ser ejecutado lanzó una advertencia en alusión al sillón del diablo: “Solo aquellos sabios de la medicina podrán sentarse en este sillón, ya que quienes no sean merecedores de este título morirán en un plazo de tres días”.

Además, también dejó dicho que este sillón no podría ser destruido “bajo ningún concepto” ya que quien lo hiciera también dejaría de estar en el mundo de los vivos.

Tras la muerte de Proaza, todos sus bienes fueron puestos a subasta, incluida la silla, pero nadie quiso comprarlos y mucho menos el tresillo en cuestión, que acabó durmiendo en los almacenes de la Universidad de Valladolid, donde con el paso del tiempo los temores y maldiciones que generaba en su tiempo se olvidaron

Pero hete aquí pasado el tiempo, de repente, el sillón volvió a la vida cuando un bedel lo descubrió abandonado y cubierto de polvo y decidió rescatarlo del olvido al comprobar que tenía una pinta estupenda al limpiarlo y ver su calidad. Este hombre decidió que el sillón sería un lugar para descansar entre clase y clase, pero no le duró mucho la alegría ya que a los tres días murió por causas naturales.

Y no fue el único bedel, ya que otro osó en sentarse en el sillón maldito como el mismo y fatal resultado para él, elevando a tres las víctimas de este tresillo, que tras estos sucesos acabó en la antigua capilla de la Universidad de Valladolid, sujeto a la pared boca abajo y a respetable altura para que nadie se pudiera sentar en él. Un lugar en el que permaneció hasta el año 1890 cuando pasó a formar parte de los fondos del Museo de Valladolid.

Verdad o leyenda, el caso es que la silla sigue existiendo y expuesta al público en este centro pero con un cordón que evita la tentación de sentarse.

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