El pelotón tenía un plan y no lo iba a modificar por una caída, ni mucho menos. Se cumplió a rajatabla. En el imaginario colectivo de esa ameba que va cambiando de forma según avanza por la carretera, se había instalado la idea de que, a pesar de los seis puertos de montaña, no demasiado exigentes, habrá que decirlo, la jornada que comenzó en Ezpeleta, ese delicioso pueblo francés con las fachadas teñidas de rojo por los pimientos que se secan al sol, y terminó en Alsasua, iba a ser un dejar pasar la vida.