Mesías en tierra desconocida

Mesías en tierra desconocida

Se confirma. En Moncloa está el mesías, el salvador, el caudillo de la patria progresista. Lo ha dicho Sánchez de sí mismo. ¿Quién si no?

Ya sabíamos que era la encarnación del PSOE. Ahora, tras la colonización del Estado, nos ha desvelado que es también la personificación de la democracia, de su regeneración y de la paz.

¿Quién sobra? La justicia independiente, la prensa libre y la oposición. Es por esto que los periodistas pastueños, los culturetas que firman más manifiestos que obras de arte, y el rebaño socialista pastoreado hasta Ferraz han pedido que nos salve.

Ese tono mesiánico usado por Sánchez está copiado de los populismos hispanoamericanos. Primero, el líder se presenta como la materialización de un partido que refleja la verdadera esencia del país: el PSOE.

Luego, el dirigente se dice representante único y legítimo de la voluntad popular. Ambos principios sirven para despreciar a la oposición y a las instituciones fiscalizadoras, como los tribunales.

Si esto se acompaña de una retórica guerracivilista, mejor, porque exaltar las emociones y dividir el país en dos, buenos y malos, como dijo la ministra, es conveniente para legitimar el último paso.

Ese último paso, del que hemos sido testigos, es que el líder, Sánchez mismo, se apropia de la democracia y se exhibe como su único garante por encima de leyes e instituciones.

De esta manera se consiguen dos cosas. Para empezar excluye a la oposición, porque todo el que critique, juzgue o controle a Sánchez es un antidemócrata, un ultra. Lean la prensa del movimiento. Es más; incluso aquel que informe de cosas que Moncloa no quiere que se sepan se convierte en un elemento tóxico.

Porque Sánchez, así lo ha dicho, es también la paz social, y su deber es silenciar a los que generan “conflictos” con sus “bulos” desde el “movimiento reaccionario mundial”.

El antisanchismo aparece así como una forma de perturbación social, una herejía a la fe del progreso, de igual modo que la falta de veneración a Sánchez o la insinuación de corrupción, es iconoclastia basada en “mentiras” o “insidias”.

Al arrogarse la democracia, Sánchez, además, quiere legitimar cualquier reforma que emprenda para reforzar su poder personal, porque será presentada como un instrumento de regeneración democrática. Cuanto mayor sea la discrecionalidad de Sánchez, dicen, mejor será la democracia de este país.

Esto nos adentra en un terreno desconocido, que es el viaje a la democracia iliberal que transitamos hace tiempo conducidos por un mesías narcisista. Resulta imprescindible, ahora más que nunca, explicar la importancia de la independencia judicial, de la resolución de los conflictos mediante la ley y los juzgados, tanto como insistir en que la libertad de prensa es básica para una democracia.

Si hay “mentiras”, Sánchez o Begoña Gómez pueden denunciar. Para eso está el Código Penal. Si creen que un juez prevarica, que lo denuncien en la instancia correspondiente. Esto era un Estado de Derecho que funcionaba razonablemente hasta la llegada de Sánchez.

Su alusión a usar “más fuerza” anuncia un ataque al poder judicial con dos reformas legislativas. Una, el cambio en la Ley Orgánica del Poder Judicial para elegir a los doce magistrados del CGPJ por mayoría absoluta, no por ⅗, como hasta ahora, y manejar la administración de justicia.

Otro, la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal para que la instrucción pase de los jueces a los fiscales, e impedir que ningún otro juez tenga la ocurrencia de iniciar una investigación sobre quien no quiera el Gobierno. Y en la agenda está la vigilancia de la prensa con un soviet de “expertos” en información.

Sánchez ha hecho una declaración de guerra al poder judicial, a la prensa libre y a la oposición. Tiene el poder para cumplir su amenaza. El espectáculo populista para la maniobra autoritaria ha sido de manual. Ahora llegan dos convocatorias electorales que se tomarán como plebiscitos a su política. Así nace una democracia iliberal, pánfilos.

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