Cuando Miquel Aparici tenía nueve años iba al colegio con un hilo atado a un imán colgando del bolsillo, a ver qué enganchaba por ahí. Al regresar a casa, su madre se llevaba las manos a la cabeza al descubrir una colección de clavos, tornillos, clips… Solo había otras dos cosas que a Miquel Aparici le gustaran más que rebuscar: los animales —quería estudiar Biología— y dibujar. Así que, pasados los años, una semana antes de presentarse a la selectividad, hizo el examen de ingreso a la mítica Escuela Massana de Artes y Oficios de Barcelona. “Y yo”, explica 30 veranos después, “como siempre he sido muy ordenado, pensé: me quedo con el primer resultado que salga”. Unas 48 horas más tarde salió la aceptación para entrar en la Massana a estudiar Diseño Gráfico; al día siguiente salieron las notas de selectividad que le permitían entrar en Biología. Aparici es un hombre de palabra.