No va contra el turista

No va contra el turista

A partir de los 16 años (y, con trampas, quizá algo antes), en los pueblos de costa había un camino claro: estudio en invierno, trabajo en verano, Navidad, puentes y fiestas de guardar. Cuando los más afortunados esquiaban, aprendían idiomas, leían en una tumbona o se quemaban al sol en la playa, la mayoría vendía cremas solares, barras de labios o perfumes a los turistas. Más de ocho horas de pie, a las que incluso se les encontraba cierta gracia cuando se compartían con amigos: jornadas laborales empalmadas con noches de fiesta. Un día tras otro, del 15 de junio al 15 de septiembre, con cansancio, resacas y algún martes de asueto.

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