Tiempo crítico para la España constitucional

Tiempo crítico para la España constitucional

El hecho de que la suma de los escaños del PNV y el PSE permita reeditar el actual gobierno vasco, lo que, sin duda, habrá sido acogido con enorme alivio en Ferraz, no empece para que los herederos de la banda etarra, representados en Bildu, hayan conseguido su mejor resultado histórico en unas elecciones en el País Vasco. Porque lo cierto es que los nacionalistas que lideraba Imanol Pradales han salvado la posición, pero se han dejado en el envite 4 escaños y un cinco por ciento de los votos con respecto a las últimas elecciones de 2020 y pese a la mayor movilización del electorado.

Movilización que ha tenido su reflejo en Bildu, con excelentes resultados en Guipúzcoa y Álava, tras el hundimiento de la extrema izquierda de Podemos, pero, también, en la mejora de la opción socialista, con dos escaños más, y del Partido Popular, que gana uno, aunque se queda a 50.000 votos del resultado obtenido en las últimas elecciones generales. Con todo, el tremendo avance de Bildu en las urnas ha sido el del proyecto de la banda terrorista, más vivo y firme que en todas sus décadas de actividad asesina. La renovada solidez del hacha y la serpiente conlleva a su vez el daño doloroso al proyecto de libertad e igualdad que ha encarnado la España constitucional, que es la derivada que nos suscita una alarma absoluta para el futuro de la convivencia y de la prosperidad de la Nación.

La crudísima verdad es que siete de cada diez parlamentarios de la Cámara de Vitoria defienden la ruptura con el resto de España y, por consiguiente, la destrucción de esa unidad histórica de cinco siglos. Tiempo habrá en los próximos días de ahondar en las razones y significados de este presente excluyente y supremacista avalado por una parte sustancial de la sociedad que ha compartido el blanqueamiento o la desmemoria sobre la limpieza étnica y asesina perpetrada por ETA, en el mejor de los casos, o que ha respaldado con entusiasmo ese exterminio del diferente y la diáspora de decenas de miles de vascos que escaparon de la muerte y la persecución hasta configurar el electorado sesgado hoy vigente.

El aviso para el PNV ha sido muy serio y obligará a una reflexión intensa sobre la estrategia a desarrollar. La tentación de una gran coalición abertzale estará sobre la mesa, pero los riesgos de esa eventualidad no serán menores, incluido, el de ser fagocitado sin prisa pero sin pausa por el grupo de Otegi, arraigado en las nuevas y jóvenes generaciones. En paralelo habrá de decidir si su gélido y desdibujado candidato, así como su colaboracionismo con La Moncloa y su respaldo a buena parte de las políticas de izquierda radical han sido lastres para un electorado nacionalista netamente conservador.

Asimismo, el PSOE y su secretario general, Pedro Sánchez, pueden felicitarse por no haber repetido el caso gallego, pero sólo desde la asunción de su rol secundario en la política de la comunidad, como tributario asistente del PNV y dependiente del nacionalismos –de todos los nacionalismos– para mantener el Gobierno en Madrid. Porque el discurso y las decisiones del sanchismo han contribuido de forma decisiva tanto en el avance de los proetarras de Otegi, ese «hombre de paz», como en el práctico estancamiento del socialismo, a expensas de las decisiones de terceros.

En cualquier caso, las elecciones vascas suponen un paréntesis en esta huida hacia ninguna parte de un modelo de gobierno culpable de blanquear a ETA, Bildu y su pasado de terror, así como de humillar a las víctimas hasta sumirlas en el olvido institucional. Para el constitucionalismo, solo el PP ha capeado este tiempo de galerna, por más que nos parezca insuficiente. Su leve ascenso en votos y en escaños demuestran que queda mucho trabajo por delante para recuperar el apoyo de otros tiempos, especialmente en Álava, donde opera con cierta fuerza Vox. Finalmente, Sumar y Podemos han sumado otro batacazo, y se reafirman en la, y se reafirman en la irrelevancia.

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