Un brunch que sabe a primavera y a lo mejor de Francia

Un brunch que sabe a primavera y a lo mejor de Francia

Hay corrientes que nacieron como modas pero han sido acogidas con tanto entusiasmo que se han convertido en verdaderas costumbres. Así ha pasado con las hamburguesas gourmet, las buenas pizzas (las de verdad), el pan artesano (el bueno-bueno, no las masas madre de pacotilla) o la repostería con mayúsculas. Una de esas tendencias que llegaron a nuestro país y no pocos han adoptado como arraigado hábito dominical es el brunch. Este desayuno tardío o comida temprana (según como lo mire el estómago en cuestión) nació en Inglaterra en los domicilios de las clases pudientes a finales del siglo XIX. Como lo habitual era que el domingo el servicio pudiera disfrutar de su día de descanso, los criados dejaban preparado un bufé frío para que sus refinados patronos, nada dados a prodigarse por las cocinas, pudieran comer a lo largo de todo el día sin tener que emplear sus manos para algo más que para servirse.

Años después, soñando quizá con esas fortunas y rituales tan propios de las novelas de George R. Sims o John Galsworthy, nos hemos rendido al brunch. Como este, su humilde escribiente, tiene siempre un punto contestatario, no trae a colación hasta su columna un brunch inglés, sino galo de pura cepa y cuyo promulgador es el restaurante Lafayette. Este espacio se ha convertido, por méritos propios, en uno de los pocos franceses que merecen reseñarse en el circuito culinario de la capital. Y además, para alborozo de los entusiastas del desayuno perezoso, cuentan con un nuevo brunch que se ofrece los domingos de de 11.30 a 13.30 h y previa reserva. ¿Algo reseñable? Lo primero, desde luego, su precio. Porque por solo 35 euros por persona, el desembolso está totalmente amortizado tanto por calidad (sobre todo) como por cantidad (que también tiene su aquel).

Se compone de tres pasos. Para empezar, una potente selección de entrantes: gazpacho de remolacha con virutas de queso Comté, un croissant relleno de salmón ahumado y aguacate con aliño de mostaza, una brocheta de piña y frambuesa con menta y chocolate, un bol de yogur con fresas en almíbar y una selección de quesos galos. A continuación, toca elegir entre un plato principal, a saber: unos ricos huevos benedict, con su salsa holandesa; una crepe de ratatouille, el pisto a la francesa; la hamburguesa Lafayette, para morder sin parar, o un Croque Monsieur con confit de pato trufado (este plato, con un razonable suplemento de 8 euros). Para ponerle un broche dulce al brunch, se escoge entre dos postres: una minimilhoja de créme brûlée o un minisablé de limón con tejas de merengue.

El brunch de Lafayette incluye café o infusión y zumo de naranja natural. La verdad es que tanto el fundador Sébastien Leparoux como su chef, Gustavo Valbuena, han sabido salvaguardar el espíritu fundacional y clásico del establecimiento y darle un necesario toque de modernidad para llegar a nuevos públicos. Y con buena mano.

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