Una playa de Vigo que sumerge al visitante en aguas propias del Caribe

Una playa de Vigo que sumerge al visitante en aguas propias del Caribe

En la playa de A Mourisca, las huellas de algún viajero ocasional serpentean por la arena difuminándose ante el empuje de la brisa, leve, casi imperceptible, pero continua. Al final, la arena, tan blanca como blanda, termina alisándose de nuevo, en una sencillez majestuosa que acaba por zambullirse entre las olas, en la Ría de Vigo, cobijada siempre por las Cíes, espectadoras perennes de Vigo y de sus tiempos.

Ahí, en A Mourisca, se esconde el corazón de Alcabre, una de las parroquias más antiguas de Vigo, si se acepta por antiguo las primeras referencias, los vestigios de aquellos cuyas huellas en la arena fueron ya devoradas hace siglos.

En el Monte das Cruces se encontraron piezas líticas que conducen al período mesolítico, más de 4.500 años antes de Cristo. Pero si sólo se atiende al papel, la primera referencia a Alcabre data de 1.469, con el nombramiento como párroco de don Álvaro Mallo.

Qué más da. Unos y otro dejaron sus huellas, descalzos o con sandalias, por los pedacitos de arena que se pintan aquí y allá en la parroquia de Alcabre, conformando playas con nombre de aventura en Fontoura, Carril, Cocho y Mourisca; Fontes, Espedrigada; Cocho das Dornas y el Laxón de Samil.

Pero una destaca sobre todas por sus aguas azul turquesa capaces de confundir al visitante con el Caribe: el arenal de O Tombo do Gato; 180 metros de litoral también conocidos como Playa de la Fuente debido a un manantial natural situado en la misma.

De arena blanca y fina, el agua engaña al visitante, mostrándose fría pese a tanta claridad que arroja un azul casi imposible en estos lares. Los costados del arenal se adornan de grandes rocas que alternan con la arena, y en las que los bañistas más intrépidos resguardan sus toallas.

Un lugar de paz que cuenta con Bandera Azul, una distinción muy importante que reconoce aquellos espacios que cumplen con algunas condiciones ambientales y cuentan con ciertas instalaciones.

El Museo del Mar

Pero esa es otra historia. La de hoy discurre pacífica, arrullada por la Ría a cada paso, que se extiende, con su azul infinito, verde o negro, prolongándose, un poco más allá, a los pies de la Punta do Muiño, donde se esconde el Museo del Mar, coronado por el faro.

Un gran mirador que ofrece una vista panorámica en la que se entrelaza el Vigo moderno y el de siempre: el muelle de Bouzas; los grandes barcos de la autopista del mar, que se aproximan ya protegidos por las Cíes; las barquitas de pescadores arrulladas por las olas; las viejas fábricas y los nuevos hoteles; la gente del mar que observa la escena, pausada y silenciosa, sabedora de todo lo que esconde. Y a la hora propicia, la puesta del sol sobre la Ría, tiñendo de rojo, de rosa y de naranja un cielo que devora lo descrito.

Allí sólo se escucha el embate suave de las olas, que en esta época se dejan caer sobra las rocas, apiladas, a los pies del faro, a modo de muralla protectora. Un lugar donde Vigo se funde con su Ría, principio y fin de un camino que mezcla las piedras con la arena; retazos de tierra y verde que discurren entre puentes de madera.

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