Una visita a Ernesto Collado, el capturador de esencias de l’Empordà

Una visita a Ernesto Collado, el capturador de esencias de l’Empordà

Nuestro cuerpo no huele como la fragancia del perfume con la que lo solemos rociar antes de salir a la calle. Camuflamos nuestro propio olor y el de los diferentes espacios en los que hacemos vida. Entornos aromatizados que evocan a un templo budista tailandés o al campo de lavanda de Brihuega, aunque nos encontremos en la recepción de un hotel o en una oficina. La cultura olfativa se reduce a los anuncios de perfumes que se emiten en la televisión y en las salas de cine. Anuncios en los que no se escatiman recursos y clichés. Es lo que tiene tratar de vender una fragancia sin que el espectador pueda olerla. Y es que describir un olor no es sencillo. El vocabulario olfativo del que hacemos uso es más rico en palabras apestosas que aromáticas. Podrido. Nauseabundo. Fétido. Rancio. Estiércol. Fragante. Leer El perfume, de Patrick Süskind, seguro que nos enriquece y nivela el léxico en este campo. El olor es recuerdo, presencia y cambio. Gracias al olfato podemos detectar una fuga de gas. El olfato es necesario para la supervivencia, también para disfrutar de los placeres y la sensualidad de la vida. Imaginen una vida sin oler. Imaginen.

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