Mírale la otra cara: ¿es contracultural la Feria de Abril?

Mírale la otra cara: ¿es contracultural la Feria de Abril?

La Feria de Abril de Sevilla conserva muchos elementos tradicionales que componen de hecho su esencia y su idiosincrasia, y que respecto a la corriente sociocultural predominante hoy en día pueden resultar hasta subversivos, contraculturales y punkis. Así, en una sociedad tomada por el igualitarismo y el multiculturalismo, es fama la exclusividad de la Feria, hecha por y para los sevillanos, con la mayoría de sus casetas privadas o particulares y un ambiente que, a priori, desde fuera puede (pre)juzgarse como elitista y endogámico. Una etiqueta, esta última, que tanto Charo Lagares, periodista y autora de la novela «Sevillana» (Lumen), como Carlos Rocha, periodista de «El Confidencial», confirman: «Es irremediable que sea endogámica cuando es sólo para los sevillanos», afirma Lagares; mientras que Rocha asegura que «la Feria se sigue manteniendo fiel a su esencia gracias a que es endogámica».

Sin embargo, uno y otro difieren en lo relativo al elitismo: si para el periodista sevillano esta fiesta «es elitista 100%, e ir a ella a caballo es el colmo del elitismo», para la escritora hispalense lo que existe es «un elitismo estético, ya que la Feria tiene una estética muy cuidada».

Además, el festejo de Abril ha sido tachado en no pocas ocasiones de clasista, un punto que más de uno aprecia en las relaciones feriales, que van desde el currela que monta, recoge y sirve los montaditos y el rebujito en la caseta de los «señoritos», quienes copan los enclaves más exclusivos, hasta los socios de barrio, que hacen una vaquita durante el año para poder mantener sus casetas periféricas.

Pepe Lobo, que además de autor de «Yonkis y gitanos» (Libros del KO) es sevillano de barrio (concretamente de Pino Montano, donde el cortijo de Ignacio Sánchez Mejías), desmiente que la Feria «sea tan clasista como se la suele vender». «Y aunque cada sevillano la vive de una manera diferente, todos participan de ella. Es una fiesta mucho más transversal de lo que parece: en Sevilla siempre sabes de alguien que tiene caseta, y, además, para ser socio de una no hace falta ser millonario».

José Lugo, delegado de LA RAZÓN en Andalucía, niega tajantemente que haya elitismo y clasismo en el Real de Los Remedios, «más allá del que pueda existir en la propia sociedad: siempre está el que conduce un Mercedes…». En cambio, Charo Lagares habla de «un clasismo inevitable en cuanto la Feria consiste en una exacerbación de esas dinámicas: el clasismo que hay en la calle está hiperconcentrado aquí. Está entroncado con el clasismo de la propia ciudad».

Apropiación cultural

Otro punto ferial que podría pisar callos «woke» es el que se refiere a las letras de las sevillanas, porque, aunque el género cada año renueva su repertorio, siempre acaban sonando las clásicas, cuyas letras pueden contener trazas machistas, según la sensibilidad del tímpano de cada uno, y versos políticamente incorrectos. Así, la sevillana más famosa es «Mírala cara a cara», que no hace sino narrar lo que es el baile por sevillanas, ese cortejo del hombre hacia la mujer, y que en tiempos de empoderamiento (sic) podría causar el sofoco de más de una feminista radical de guardia: «Mírala cara a cara que es la primera / y la vas seduciendo a tu manera. / Mírala cara a cara que es la segunda / cógela por el talle, la cara junta». Y ya, si nos acordamos de otra popular sevillana que parece escrita por Arévalo, no extrañe que descuelgue el teléfono el portavoz del colectivo de ofendiditos de turno: «Me casé con un enano salerito / pa’ jartarme de reír / Pa’ jartarme de reír le puse la cama en alto / y no se podía subir. / Al bajarse de la cama / se cayó en la escupidera».

La autora de «Sevillana» afirma al respecto que «es algo tan contextualizado que resulta imposible tomárselo como algo personal», y pronuncia un deseo: «Espero que no nos pongamos estadounidenses». Carlos Rocha, por su parte, reflexiona sobre el asunto: «Si hay machismo o no en las letras, no he visto a nadie alzar la voz en la Sevilla progresista o “woke”. Quizá lo anestesiamos». Asimismo, el periodista de «El Confidencial» hace hincapié «en las letras de sevillanas sociales, que tratan temas como la violencia de género o la inmigración». Es el delegado de LA RAZÓN quien pone el acento en la sofisticación y el punto transgresor de ciertas sevillanas: «La mayoría de la gente no sabe que muchas de las que van a piano, como las de Pareja Obregón, tienen fuertes influencias del jazz negro».

Para más inri, se habla mucho últimamente de la apropiación cultural, como lo de Rosalía con el flamenco. Nos preguntamos si acaso no se ha tachado de usurpación a tantas payas que lucen en la Feria el traje de flamenca ¡o de gitana! (refiéranse a este como de faralaes si pretenden ofender a un andaluz). «El proceso de aburguesamiento ferial tiene algo de apropiación cultural, aunque es más un elemento identitario que otra cosa», asegura Rocha. «¿Apropiación cultural?», se pregunta Lagares: «¡Es un contagio de culturas que se enriquecen!». A Pepe Lobo no le extrañaría que al respecto «hubiese algún estudio ridículo y debidamente subvencionado».

¿Y qué hay de la estereotipación o sublimación de los atributos femeninos y masculinos, ellas con el traje de flamenca y ellos de traje y corbata, en una era en que cierto feminismo irracional pretende abolir las diferencias culturales entre sexos? Para Charo Lagares, «esas diferencias marcadas entre el atuendo del hombre y la mujer es parte del juego: tiene un punto lúdico». Al hilo de ese ludismo, el periodista de «El Confidencial», habla de que «la Feria no deja de ser una caricatura. Es ridículo que nos vistamos con nuestras mejores galas para ir de cachondeo y ponernos perdidos de albero y echarnos las copas por encima. El sevillano se sabe caricatura y se presta a este teatro». «Performance», lo llama Lagares.

«En una época de feísmo, de ir en chándal hasta a un entierro, una fiesta en la que la gente va en masa con traje y corbata, oliendo bien, con sus mejores galas, ya es nadar contracorriente», afirma, especialmente inspirado, el autor de «Yonkis y gitanos».

El enunciado de un chiste

Aunque parezca el enunciado de un chiste, es cierto que fueron un vasco –José María de Ybarra– y un catalán –Narciso Bonaplata– quienes pusieron en marcha la Feria de Sevilla, a la sazón de compraventa de ganado, allá por el año 1847. Para José Lugo «esto es lo más contracultural que hay», e hila el periodista de esta casa con que justo ahora estamos en vísperas de elecciones vascas y catalanas.

Y no podemos resistirnos a mentar el referéndum al hablar del País Vasco y Cataluña, que si buena parte de la clase política de ambas comunidades exige un referendo de autodeterminación, en Sevilla no van a ser menos celebrando este año, justo pasada la fiesta, otro plebiscito sobre la duración de la Feria de Abril. Algunos de nuestros testimonios apostarán por volver al formato clásico, de lunes a domingo, y otros, por mantener el actual (que rige desde 2017, fruto de otra votación popular), que va de sábado a sábado.

Y como prueba un botón, votar sí o no, para que vean la importancia que le dan los hispalenses a cualquiera de sus Fiestas Mayores. Que, aunque cantara El Pali por sevillanas «que la vida hay que tomarla de cachondeo», ya saben, o deberían saber, lo en serio que nos tomamos en la Baja Andalucía el cachondeo.

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