Trasteando en los anaqueles de la salita, he rescatado una antología de Juan Ramón Jiménez. Me la regaló un amigo el verano pasado, cuando fui a Moguer a disfrutar unos días de asueto: sin envolver, la dejó sobre la cama pulcra de la habitación de invitados, como si se tratase de una sábana más, y yo pasé las vacaciones cuajada en sus letras, que me transmitían una paz de sueño profundo. Pronto me sorprendieron las referencias del legendario poeta, oriundo de este pueblo onubense, a la naturaleza como fuente de eternidad: mariposas, hojas verdes o arboledas enteras, granos de arena de la playa transitan las composiciones asociándose a una energía lírica con que Juan Ramón pretendía enfrentarse a la muerte e incluso superarla mediante una ambición orgánica, parece afirmar, tan inmutable como la propia Tierra. Ese motivo, recurrente en quienes persiguen la posteridad o simplemente buscan consuelo, se encuentra asimismo en la obra del coetáneo Juan Bernier, rescatada recientemente por sus sobrinos nietos, Rafael y Juan Antonio Bernier, en el documental homenaje Miles in Bello (2024). El viejo Bernier, combatiente en la Guerra Civil y luego miembro del grupo Cántico, se agarra a los paisajes recónditos que la lid le va imponiendo para recuperar, en mitad de la muerte, la belleza de ríos y montañas. Aquí, únicamente, en lo inmarcesible y puro del verdor silvestre y las aguas cristalinas, puede hallarse una trascendencia que venza los horrores humanos.