Amnistía interrupta

Amnistía interrupta

La amnistía lo era todo. Rellenaba horas de tertulias en radio y televisión, ocupaba las portadas de los diarios de papel y la mayor parte del espacio de las versiones digitales. Desde la derecha tradicional hasta los arcenes sucios de la ultraderecha mediática, todo era amnistía. No había duda del fin del Estado de derecho, de la igualdad de los españoles ante la ley, del desmoronamiento de las instituciones democráticas, de la supresión de la independencia judicial, del recorte de fondos europeos, de la respuesta inmisericorde que enviaríamos los bruselenses y del fin de la nación. Los medios conservadores, los reaccionarios, los panfletos ultra, todos coincidían. Sólo faltaba poner fecha al fin de la democracia española y al advenimiento de la autocracia sanchista. Se necesitaba un Francisco de Quevedo que renovara aquel “Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados”. Era el fin de un mundo de concordia y convivencia democrática ejemplar, donde nadie nunca mintió ni polarizó ni crispó para dar paso a un mundo nuevo, sucio, violento, en el que los patriotas lloraban impotentes. A nadie podía extrañar que el fin del país y de la democracia fuera prácticamente el único tema de conversación mediático y político. Hasta que se convocó a los ciudadanos a las urnas en las dos comunidades autónomas donde según los sondeos los cuatro jinetes del apocalipsis de la amnistía no son tan fieros como los pintan.

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