Aquel dirigible que surcó el cielo de Madrid

Aquel dirigible que surcó el cielo de Madrid

Pasado y presente de los cielos de la capital. El aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas cerró el mes de marzo con cifras récord de pasajeros: más de 5,3 millones de viajeros. Ahí es nada si echamos la vista atrás para comprobar el viaje aéreo que hicieron aquellos primeros dirigibles y prototipos de aviones que se dieron cita en los cielos de Madrid. Pionero de todo aquello fue el rey Alfonso XIII, que allá por un 7 de febrero de 1913, despegó del aeródromo de Cuatro Vientos en el dirigible «España», una malograda apuesta por hacerse con uno de aquellos primeros gigantes del cielo. Pero para pionero, lo sucedido el cinco de mayo de 1910. Fue entonces cuando surcó por primera vez los cielos madrileños ese dirigible «España», pilotado por el coronel Vives y el capitán Kindelán. Les acompañaba el ingeniero francés Kapferer y dos mecánicos.

Nada que ver con los vuelos intercontinentales. En aquella ocasión, la cosa duró dieciocho minutos. Estábamos empezando.

Luego llegaría, ya con más «seguridad», el vuelo regio, que fue inmortalizado por los diarios de la época.

Cuentan los periódicos de aquel momento que Alfonso XIII y la Reina Victoria llegaron a la base aérea de Cuatro Vientos a primera hora de la tarde del 7 de febrero de 1913. Un lugar íntimamente ligado a los orígenes de la aviación española que cuenta con la primera torre de control, una reliquia histórica convertida en museo.

Lo cierto es que, en aquel entonces, a la torera hora de las cinco en punto, el monarca se elevó por el cielo madrileño -mientras la reina le esperaba en tierra- en el ya reconocible dirigible «España». No sería el único, tras él hubo más. Aunque quizá el más relevante fue el Graf Zeppelin alemán, del conde del mismo nombre, que se dejó ver en los años 30 en la capital. Con una longitud de 263,5 metros, y un diámetro de 30,5 metros, fue un gigante del aire, incluso superando en mucho a los mayores aviones de hoy en día. Un viaje sobre Madrid, por otro lado, que dejó imágenes reales y otras tantas trucadas en montajes que hicieron época.

Y es que, con los aviones aún en pañales, los dirigibles eran el último grito de la época y cada Estado procuró tener en su haber uno de estos gigantes del cielo, que se utilizarían para fines militares -en la Gran Guerra sirvieron de grandes observatorios y también como bombarderos- y civiles -posteriormente, para el transporte, incluso transoceánico, de viajeros-. Algunos de lamentable y luctuoso recuerdo.

En España, las primeras pruebas con dirigibles fueron realizadas por Leonardo Torres Quevedo y Alfredo Kindelán hacia 1905 en el Parque Aerostación de Guadalajara.

La relación personal de los dos principales impulsores del dirigible en España se rompió en 1908. Torres Quevedo terminó emigrando a Francia, para desarrollar sus diseños bajo la marca Astra-Torres, que luego se internacionalizaría. Por su parte, Kindelán se quedó en España y continuó insistiendo en sus ensayos e investigaciones, ya sin el ingenio de su excolega. Le apoyaba el Ministerio de Guerra, principal interesado en que España tuviera, como otras potencias, su propio dirigible. Por azares de la vida, en 1909, mientras Torres Quevedo perfeccionaba en París su modelo, el Gobierno español compraba, precisamente, a la francesa Astra un dirigible antiguo que fue bautizado como «España».

Aquel globo, con todo, sufrió numerosos accidentes y contratiempos. Una «bofetada» al Gobierno español del momento en su intento propagandístico de «tener un dirigible». Finalmente, en 1910, el «España» sobrevoló Madrid, convirtiéndose en el primer dirigible que surcaba cielo español. Tras él, llegaron otros, aunque pronto esos grandes dinosaurios del cielo perderían la batalla del aire frente a los aviones.

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