Así es Bang kwang, la terrorífica cárcel a la que podría ir Daniel Sancho

Así es Bang kwang, la terrorífica cárcel a la que podría ir Daniel Sancho

La prisión de máxima seguridad de Bang Kwang, donde será enviado Daniel Sancho salvo sorpresa de última hora o que la sentencia informe de una pena menor o la absolución, no se encuentra cerca de ninguna urbanización de película, salvo que ésta versara sobre gente metida en problemas. Si bien es cierto que Tailandia no es famosa porque en sus arrabales acontezcan atrocidades como sí ocurren en algunos barrios de Brasil, en las zonas que rodean el presidio lo único que podría llamar la atención de un extranjero es que existen algunas calles sin asfaltar, mucha pobreza y que no se atisba a ningún turista o residente no oriundo. De hecho, y aunque se la tilde de penal de Bangkok, la cárcel pertenece a la provincia limítrofe de Nonthaburi, sita al norte de la capital y distante en hora y poco a través de las atestadas carreteras tailandesas.

Aunque para atestada la cárcel de Bang Kwang, la cual no ayuda a sentirse bien a los allí reclusos porque su población supera con creces el doble de la capacidad de la misma, ya que fue construida para albergar a 3.500 presos y hoy supera los 8.000 siendo muy benévolos. Viven en celdas con un solo agujero donde depositar orines y heces y donde suelen pasar al menos doce horas recluidos los reclusos. En ellas conviven cincuenta o sesenta convictos cuando la capacidad real es de veinte a veinticinco personas. Este hacinamiento les obliga a acostarse alternativamente, de forma que a tu derecha tengas dos pies junto a tu cabeza, y a tu izquierda otros dos, cuando los tuyos también rozarán dos cráneos frente a ti. Presos extranjeros que han pasado por sus entrañas recuerdan la complejidad para dormir, y no solo por la densidad de humanos, sino por la fuerte luz que queda encendida toda la noche, los calores infernales con humedades insoportables sin ventilación alguna y que no pocas veces hay convictos que aprovechan para masturbarse sobre otros compañeros. También existen casos de violaciones entre condenados, aunque el acceso al penal masculino de «ladyboys» que no se han mutilado su sexo original disminuye este tipo de actos.

Aunque a la prisión se la denomine en el mundo occidental Bangkok Hilton, la realidad es que los que allí residen la llaman El gran tigre, de una manera mucho más concreta y en lengua tailandesa, que es la única que se habla en prisión y en la que se emite la televisión, siempre con programas de entretenimiento lejos de la información o el análisis. Y la razón de llamarla El gran tigre es porque no todos los que allí entran salen con vida o en condiciones saludables, atendiendo a que ese tigre devora a todas aquellas presas que no pueden sobrevivir por sí mismas. Y eso ocurre con los que no se adaptan a una cárcel repleta de narcotraficantes, asesinos, pederastas y violadores, cuando la norma sigue siendo que el que se porte mal camine por el patio, en las escasas horas que se les permite ver la luz del día, con unos grilletes superiores en tamaño y pesaje a los que salen en las teleseries. Como es habitual, la arbitrariedad domina unas sanciones que jamás pueden ser recurridas ni mucho menos fotografiadas.

Luis Garrido Julve, periodista residente en Tailandia desde hace tres lustros y que ha visitado varios penales del país, atiende a nuestra llamada para acercarnos detalles concretos que nos ayudarán a comprender la realidad de esta prisión: «La comida, casi siempre arroz hervido con tropezones, y los enseres higiénicos e incluso el agua en las celdas, escasean. Es más, aunque el agua del grifo en Bangkok sea potable en el presidio se dice que está contaminada».

Suicidios

Garrido Julve añade que «si de verdad quieres vivir mejor, que para nada bien, debes comprar en el economato de la prisión. Todos los presos disponen de una cuenta donde los visitantes les pueden depositar dinero que luego usarán, y nunca en efectivo, para comprar lo que deseen. Normalmente se permite que el preso acceda a unos 10.000 baths semanales, alrededor de 250 euros». Aunque en realidad con bastante menos un preso puede garantizar sus necesidades básicas, ya que un plato de comida local no llega a dos euros. El problema es cuando los presos que sí disponen de dinero se ven obligados a compartir con los reos que no tienen nada y que luchan por su supervivencia, que son la mayoría. Por ejemplo, es habitual que los convictos lleven consigo un punzón para ahuyentar a los más desesperados. Acceder a agua embotellada, que no mineral, es posible siempre que pagues, aunque se demandan más champús y dentífricos. No existen datos oficiales de suicidios aunque sí una cantidad sorprendente de reos que fallecen por causas «sospechosas».

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