El comodín de Franco

El comodín de Franco

A Domingo, el abuelo de la artista María Herreros, le gustaba ir al campo con peladuras de fruta para echárselas a los animales, que le salían al paso porque lo conocían. Luego regresaba trayendo hierbas para las vecinas, lavanda, espliego, manzanilla. A la nieta, ese abuelo que prefería la libertad de los paseos solitarios al gregarismo del bar le provocaba fascinación. Con los años ha podido desentrañar el misterio: la madre de la ilustradora puso en sus manos el diario que el abuelo escribió en guerra, el relato de un muchacho todavía adolescente al que el 36 sorprendió haciendo la mili en Valencia. Durante los siguientes cinco años ya no pudo soltar el fusil: después de la guerra, el castigo por haber luchado en el bando republicano. El diario ilustrado, Un barbero en la guerra, es el testimonio único de un joven al que la contienda y la represión le arrebatan la juventud, también la narración del compañerismo, de la conciencia del chico de pueblo por las cosechas sin recoger y del cariño que siente hacia los animales que acompañaban al batallón. El relato de un soldado pacifista. María ha descubierto al joven que escribía cartas de amor a su novia, al muchacho que tras presenciar el horror ya no pudo volver a ser el mismo. Dice Herreros que por momentos lloró al ilustrar estas palabras, y no extraña: el corazón de dos generaciones late acompasado en el relato del joven soldado y en los dibujos de María, que traduce con arte unas palabras que suenan a riguroso presente.

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