El día que Max congeló a su padre: «Guardo la esperanza de un futuro reencuentro con él»

El día  que Max congeló a su padre: «Guardo la esperanza de un futuro reencuentro con él»

Cuando en marzo de 2016 Rober, el padre de Max, fue diagnosticado de un cáncer de páncreas en estado muy avanzado, su hijo comenzó una lucha contra reloj para conseguir la inmortalidad de su padre. Este joven de padre francés y madre española al que le gusta que le llamen «Maxman» y que se autodefine como futurista e inmortalista, sabía que la vida de su padre llegaba a su fin y tras hacer lo imposible para que la medicina alargase el último adiós, el 16 de junio de 2017 el padre de familia falleció.

«La razón de criopreservar a mi padre parte del corazón, es la esperanza y las ganas de un futuro reencuentro con la persona a la que más quieres en el mundo. Había conocido la muerte de seres queridos antes de la de él y sé que ese dolor y vacío es una de las cosas más terribles que un ser humano pueda experimentar. No acepto la muerte como algo positivo e inevitable», explica a LA RAZÓN el hijo de uno de los cinco españoles que en la actualidad permanecen «congelados» o criopreservados, como indica su nombre científico, en alguna parte del mundo, ya que en España no está permitida esta práctica con seres humanos.

Así, relata, «cuando empezaron a desaparecer todas las posibilidades de curación y la salud de mi padre se deterioraba, intenté que le incluyesen en algunos ensayos clínicos, pero no funcionó porque estos van muy lentos y la salud no espera. La única opción que estaba en mi mano y disponible era la ambulancia del futuro que es la criopreservación. Lejos de ser una opción ideal, es una que da una esperanza muy fundamentada en principios científicos que no son difíciles de imaginar ni entender».

Antes del fallecimiento se sumergió en lecturas sobre esta técnica y cómo estaba a nivel de desarrollo e investigación. Fue entonces cuando contactó con José Luis Cordeiro, uno de los mayores expertos en inmortalidad y humanismo, quien le explicó todo sobre la materia. «Años antes de que mi padre fuera diagnosticado de cáncer yo ya era futurista y conocedor del movimiento inmortalista, pero es cuando llega esta terrible enfermedad y decido criopreservar a mi padre cuando me pongo en contacto con personas relevantes y una de ellas es José Luis. Le expliqué mi situación y él se convirtió en una especie de fuerza incesante para que esto saliese adelante. Fue para mí un gurú, un guía», reconoce el joven.

Así, una vez que Rober fallece en casa (fue trasladado desde el hospital a su domicilio para pasar sus últimos días), lo primero que hizo Max fue cubrirle de hielo carbónico, el cual él y su hermano habían comprado con anterioridad para estar preparados llegado el momento. «Dejó de respirar un viernes, inmediatamente en ese instante comencé a ponerle hielo seco en la zona de la cabeza y luego en todo el cuerpo. A eso le siguió todo el papeleo obligado y conseguimos los permisos para poderlo sacar del país (su padre residía entonces en Francia) y trasladarlo hasta los Países Bajos. Desde allí fue enviado en un ataúd helado en avión hasta Rusia», desarrolla. Al llegar a Rusia lo introdujeron en grandes contenedores de nitrógeno líquido para que el cuerpo no sufriera ningún deterioro.

La reanimación

«Desde 2017, su cuerpo está prácticamente idéntico a cuando estaba vivo. En estos siete años ha habido muchos avances tecnológicos y habrá que esperar para ver cuándo puede llevarse a cabo el proceso inverso», añade. Y es que de los numerosos cuerpos humanos que permanecen en diferentes puntos del mundo todavía no se ha procedido al intento de reanimación de ninguno de ellos.

Rober, el cuarto español criopreservado, tampoco mostraba un interés especial en esta técnica, pero su hijo, apasionado del futurismo, se lo contó antes de fallecer y le dio su visto bueno. «No era la intención de mi padre ser criopreservado. Se lo comuniqué en vida y le pedí un audio autorizándome a hacer lo que quisiera con su cuerpo al fallecer. Cuando le expliqué esta idea aceptó por hacerme feliz más que por convicciones personales. Se mostró favorable», dice «Maxman».

Una decisión que no sentó igual de bien entre todos los familiares, ya que sigue siendo a día de un asunto un tanto polémico y tabú. «El círculo más cercano estaba de acuerdo, pero hay familiares con una mentalidad más convencional y menos abierta que se mostraron en contra y esto provocó algunas fracturas en la familia que duran hasta el día de hoy», lamenta.

En cuanto a lo que le ha costado el proceso de criopreservación de su padre, Max no contesta, pero José Luis Cordeiro, su guía y autor del superventas «La muerte de la muerte» (Deusto), comenta a este diario que para aquellos que lo pagan «de emergencia sin seguro de vida, los precios pueden oscilar entre 12.000 euros en Rusia, solo el cerebro, hasta los 200.000 euros en Suiza si se opta por el cuerpo entero».

De hecho, según relata el experto, de los cinco españoles criopreservados, tres son de cuerpo entero y dos de cerebro (neuropreservación, en su terminología científica). «La quinta criopreservación ha sido la de un español y acaba de ocurrir recientemente en Asturias, cuando otro valiente joven español logró criopreservar a su padre y enviarlo al nuevo centro, hoy el más avanzado del mundo, la Fundación Europea de Biostasis, al norte de Zúrich, en Suiza». Los otros cuatro están en Alemania, Estados Unidos y Rusia.

«En España, esta práctica todavía no es legal por lo que no se pueden conservar aquí los cuerpos. Pero la ciencia y la mentalidad avanzan. Hasta el año 1978 tampoco era legal la cremación y hoy en día el 70% de las personas en España son incineradas. Los tiempos cambian, las leyes se adaptan y la ciencia avanza. Esperemos que pronto haya avances en esta materia en España», confía.

Para Max, la criopreservación no es entendida «como un fin sino como un medio. Yo promuevo la libertad de que las personas puedan elegir su destino». Por eso espera que la tecnología siga avanzando para que quizá, como dice Cordeiro, 2025 sea el año en el que comience el proceso de reanimación de los más de 500 pacientes criopreservados, de los cuales menos de 50 son europeos.

«El proceso inverso dependerá de cómo la humanidad progrese, de la batalla cultural, de la presión social… Son muchos factores los que influyen en la velocidad a la que la ciencia puede desarrollarse. Puedo imaginar que en 15 años haya algunas primeras soluciones. No lo sé. Eso sí, pienso que hablamos de décadas, no de siglos, pero es una intuición infundada», reconoce.

Por su parte, Cordeiro reconoce que este tema sigue siendo bastante tabú en la sociedad, «pero cambiará al ritmo que lo haga la sociedad. Estoy convencido de que pronto dejará de ser un tema tabú para convertir este mundo en uno más avanzado, científico y humano, en el que todas las personas puedan vivir todo el tiempo que quieran sin tener que vivir asustados por la muerte. Y es que estamos ante la última generación de la humana mortal y la primera inmortal», concluye.

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