Conseguir ciertos anhelos no siempre nos deja el sabor que hubiéramos esperado. Como cuando alcanzamos un puesto soñado en la empresa después de un gran esfuerzo. O cuando entablamos una relación de pareja que tanto deseábamos. El éxito por sí solo no nos otorga necesariamente una sensación de plenitud, como tampoco lo hace el dinero, el poder o trabajar en aras de un gran propósito. Las causas son sutiles, pero encontraríamos una posible explicación si ampliáramos nuestra mirada a lo que realmente nos mueve. Cuando contemplamos nuestras decisiones diarias, descubrimos que tenemos unos motores que están en la base de los miedos o anhelos, satisfacciones o aquello que nos preocupa. Es más, dichos motores nos han acompañado a lo largo de nuestra evolución como humanos, permanecen bastante estables durante los últimos 300.000 años y nos han permitido sobrevivir como especie. Y lo que es más importante, influyen en nuestro bienestar y felicidad, aunque no siempre seamos conscientes de ellos.