El fantasma de la Guerra Civil planea sobre Estados Unidos

El fantasma de la Guerra Civil planea sobre Estados Unidos

Un hombre vestido con uniforme militar y gafas de sol de color rojo encañona a tres civiles. Uno de ellos le pide que no dispare y le aclara que son americanos. El soldado esboza una media sonrisa y dice: «Sí, ya, americanos, pero ¿de qué clase?». Esta escena de la película «Civil War», que se estrena la semana próxima en España, encierra una atmósfera que trasciende las distopías cinematográficas que bordan en Hollywood.

La zanja entre las dos Américas que viven de espaldas una de otra no ha dejado de agrandarse. Puede que una lucha fratricida se antoje para algunos ciencia ficción, pero si algo nos está enseñando este primer cuarto de siglo es que todo, hasta lo más inesperado, es posible. El asalto al Congreso por seguidores de Donald Trump el seis de enero de 2021 también parecía un fotograma. La cultura y la ficción, con sus dotes premonitorias, transpiran temores que subyacen en los más hondo y que, a veces, aún no han sido nombrados. A estas alturas, la idea de una guerra civil quizá suene a locura, pero ¿y si…?

El politólogo Roger Senserrich (Maracay, Venezuela, 1979) ha escrito un libro revelador en el que analiza las causas de la fractura intraestadounidense que en la película personifican Texas y California (¿habrá dos Estados más antagónicos?) contra el resto. En «Por qué se rompió EE UU» (Debate), Senserrich explica que el pecado original americano se remonta a la Guerra de Secesión (1861-1865), un conflicto que se cerró en falso. «El país no se rompe por Trump. La política americana llevaba tiempo moviéndose en una dirección que iba a provocar que alguien como él apareciera y llegara a la Presidencia», asegura en conversación telefónica con LA RAZÓN desde New Haven (Connecticut).

En su opinión, [[LINK:INTERNO|||Article|||63467668deb4b0e4d6fa8a46|||esta tormenta perfecta es la combinación de «una serie de instituciones y arreglos disfuncionales de origen]], incluida la Constitución, que siendo tan vieja como es tiene problemas de diseño de base». Cree Senserrich que algunos de esos fallos fueron involuntarios y otros se derivaron de intentar acomodar la esclavitud después de la guerra. Mucho antes que Trump, otro republicano trató de sacar partido de las diferencias entre las dos Américas. «Fue Richard Nixon la persona que hizo más que nadie para mover la política americana de un debate de izquierda y derecha a uno basado en el resentimiento antielites, antifeminista, antiinmigración y “antitodo” que caracteriza a la derecha americana ahora», sigue Senserrich.

Lo cierto es que, todavía hoy, entre el norte y el sur de Estados Unidos hay diferencias enormes. No solo de renta y nivel educativo, también de esperanza de vida y de algo mucho más intangible como el concepto de qué es «ser americano». Pero esto no fue siempre así. El autor venezolano, con más de veinte años de experiencia en la política estadounidense, recuerda que hubo un momento tras la debacle financiera de 1929 que el sur despegó: «El Gobierno federal se volvió mucho más activista, invirtiendo más dinero en políticas contra la pobreza e infraestructuras, y el sur empezó a convergir con el norte. Esto se detuvo en los 80 y los Estados del sur comenzaron a empobrecerse de nuevo respecto al norte». Da un dato para reflejar la brecha actual: la diferencia de renta entre Massachusetts, estado norteño arquetípico, y el sur es mucho mayor ahora que en la década de los 80.

Los números son incontestables, pero no son los únicos responsables de la distancia. Hay una forma radicalmente distinta de sentirse ciudadanos de EE UU en Wisconsin que en Boston, una identidad construida con mimbres tan dispares que se antojan imposibles de urdir. «Hay un enfrentamiento cultural, ideológico, identitario, fuertísimo entre las zonas más conservadoras y las más progresistas del país. Hay una América que se resiste a cambiar y que tiene una versión idealizada de sí misma. Es la América rural. Gente orgullosa de su comunidad, de donde vive, de ser capaces de cuidar de su gente. Y un resto del país que mira hacia fuera, que es más dinámico, cada vez más globalizado y que abraza los cambios y las nuevas culturas. Siempre expectante a ver qué es lo siguiente que viene».

Con esto dicho, ¿qué posibilidades hay de una nueva guerra civil? ¿Si Trump pierde podemos ver nuevos embates a la soberanía popular? Responde Roger: «Una guerra civil abierta no lo creo. Este es un país demasiado próspero. Normalmente, las democracias no se quiebran a partir de un cierto nivel de riqueza. Ha sido muy inusual que haya habido un golpe de Estado que, aunque chapucero, fue un golpe auténtico. Pero de eso a una guerra civil… es un paso muy serio. Lo que sí podemos ver, y que ya hemos presenciado porque lleva tiempo sucediendo a baja intensidad, es terrorismo de extrema derecha. No me parecería una gran sorpresa a estas alturas».

A este politólogo afincado en Connecticut sí le sorprendió aquel golpe aunque no le resultara inesperado. «Trump llevaba tiempo diciendo que iba a suceder algo así, solo había que escucharle. Cuando perdió el caucus de Iowa en 2016 durante las primarias republicanas contra Ted Cruz por un puñado de votos, ya estaba hablando de que le estaban robando las elecciones. Se pasó toda su Presidencia diciendo que había sacado más votos que Hillary Clinton y que había habido mucho fraude. Llevaba tiempo negando la legitimidad democrática de su propia elección y cuando perdió dijo abiertamente que iba a intentar dar un golpe de Estado. Que iba a hacer todo lo posible por mantenerse en el poder, sucediera lo que sucediera. Nunca ocultó lo que era, el problema es que no lo escuchamos». Senserrich no duda de que si vuelve a perder en las elecciones del próximo mes de noviembre va a incitar a la violencia a sus seguidores. «Claro que lo hará, de hecho, ya lo está haciendo. Ahora. Lo sabemos, otra cosa es que acabe derivando en algo parecido a lo que vimos el seis de enero de 2021».

Para Rafael Escobedo, profesor de Historia Contemporánea en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, la guerra de 1861 no se cerró en falso, ya que «la perspectiva de una plena emancipación política, social y económica de los negros, tal y como se plantearía después a mediados del siglo XX, no entraba dentro del horizonte ni de las expectativas de los protagonistas históricos de aquel momento». La idea de una nueva lucha fratricida le parece a este profesor «una elucubración de política-ficción». No obstante, apunta: «La misma naturaleza de la Guerra Civil estadounidense invita a la inquietud acerca de la imposibilidad de un conflicto de esas características en un país de historial tan ejemplar como había sido EE UU hasta entonces. Ninguna guerra se empieza pensando que va a ser la catástrofe monstruosa que acaban siendo».

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